El
Avión que debía llevarnos a Luang Prabang salía con retraso. Al
principio anunciaron que serían veinte minutos de demora pero poco a
poco ese tiempo fue aumentando. Había contratado con el hotel en el
que íbamos a alojarnos un vehículo para que nos recogiera en el
aeropuerto. Envié un sms anunciando que llegábamos con retraso para
que el chófer no perdiera el tiempo. Por fin, más de dos horas
después de lo estipulado, partíamos rumbo a Laos. El vuelo fue
corto, más o menos noventa minutos, pero entre unas cosas y otras
para cuando llegamos era de noche. El aeropuerto de Luang Prabang es
bastante modesto. En la zona de llegadas, diría que cutre. Para
poder entrar al país había que obtener un visado. Ese tema lo
tienen bien resuelto y es un trámite sencillo. Nada más llegar a
la terminal te sitúan en la cola del visado. No había más gente
que la que acabábamos de llegar en el avión. Esa cola conducía a
una ventanilla en la que una funcionaria te pedía un formulario, que
nosotros ya habíamos rellenado en el avión, el pasaporte y una
fotografía. Habíamos leído que en otros puestos fronterizos pedían
dos. No tener ninguna no supone ningún problema. Por un dólar ellos
mismos hacen una copia de la de tu pasaporte. La ventanilla de la
funcionaria estaba en un cuarto pequeño con tres divisiones. Ella
ocupaba la situada más próxima a la llegada de los pasajeros, luego
había otra con un civil que no tenía contacto con el público y en
la última había un policía. Este también estaba detrás de una
ventanilla. La creación del visado recordaba a una cadena
industrial. La funcionaria grapaba la fotografía al impreso,
escribía algo en él, lo metía en el pasaporte y se lo pasaba al
civil que estaba en medio. Luego te hacía colocarte en una fila que
llegaba hasta la ventanilla del policía. Para cuando te tocaba el
turno el visado ya estaba preparado. Solo quedaba pagar. Dependiendo
de tu país de origen las tasas eran de treinta o de treinta y cinco
dólares. A los españoles treinta y cinco. Además se pagaba un
dólar más por el cambio de divisas. En definitiva, con una
fotografía, treinta y seis dólares y una hora de tiempo conseguías
tu visado. Con él en la mano ya podías ir a la cola del control
policial donde te hacían una fotografía, te cuñaban el pasaporte y
te daban la bienvenida a Laos.
Queríamos cambiar algunos euros por la moneda local en
el mismo aeropuerto. El dinero es un buen solucionador de problemas. Una
herramienta muy útil si surge algún contratiempo. Pensábamos que en la
terminal habría alguna oficina de cambio. Nada de eso. En el trecho
que separaba la cinta donde se recoge el equipaje y la salida solo
había dos mesas que recordaban a las que se utilizan en los
mercadillos. En la primera dos tipos jóvenes nos invitaban a comprar
tarjetas SIM para el móvil. En la segunda, además de tarjetas SIM,
había un cartel en el que ponía “CHANGE”. Sin más. No había
un listado con los valores de cambio, ni ventanilla, ni nada de nada.
Nos dirigimos a ella. Detrás había un chico y una chica muy
jóvenes. Pilar señaló el cartel. Ellos nos dijeron muchas cosas en
muy poco tiempo, pero no entendimos ninguna. El muchacho señaló la
caseta que había junto a los policías que vigilan la salida y fue
hacia allí. Íbamos a seguirlo pero nos detuvo. Soltó una nueva
parrafada igual de indescifrable que la anterior Nos quedamos a la
espera. En unos segundos regresó acompañado de una mujer mayor.
Llevaba un monedero en la mano. El mismo tipo de monedero que llevan
las mujeres de todo el mundo para ir a la compra. Se puso al otro
lado de la mesa. Nos preguntó cuánto queríamos cambiar. “Cien
euros”, le respondimos en nuestro inglés de todo a cien. Se le
iluminó la cara. Cogió una calculadora y escribió el número
800000. Era poco. Pilar había leído que el cambio era, más o
menos, unos 10000 kip, así es como se llama la moneda de Laos, por
un euro. Yo no sabía nada del dinero laosiano pero me parecieron una
cifras inmanejables. “Cambiamos solo cincuenta para tener algo y ya
buscaremos un banco”, me dijo Pilar. Asentí. Yo estaba aturdido
por el viaje y no me había leído ni una línea de lo que nos
esperaba en ese país así que era mejor que no tomará ninguna
decisión. Pilar le dijo a la mujer que sólo cincuenta euros. Ella
cogió la calculadora y escribió 810000. Nos dijo que eso por los
cien euros. Yo estaba alucinando. Así funcionaba el mercado de
divisas de Laos. Un puro regateo de mercadillo. Cerramos el trato. La
mujer abrió la cartera de ir a la compra y contó un buen fajo de
billetes. Nosotros le dimos los cien euros y asunto resuelto. No hubo
que mostrar los pasaportes ni nos dieron recibo. De haber tenido
dinero negro nos habríamos desecho de él sin problemas. Teníamos
la sensación de que el trato había sido malo. Más adelante pudimos
confirmarlo. En las casetas de cambio de la ciudad conseguías 8800
kips al euro y en un banco los cambiamos a una relación euro/kip de
1/8900. De todos modos, en ese momento estábamos contentos. Teníamos
dinero en el bolsillo y eso supone tranquilidad en la mente.
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