Leyendo filosofía, religión y poesía uno puede tener la impresión
de que a las personas les preocupa más el alma que el cuerpo.
También puede pensarse si se escucha a místicos, ascetas y
similares. Sin embargo, cuando se llevan más de treinta años
trabajados en hospitales, como es mi caso, a la conclusión que se
llega es que, cuando el cuerpo está mal, poco le preocupa a la gente
el espíritu y sí, y mucho, la carne. No me considero un hedonista,
y creo que no lo soy. Me gusta el placer, pero desde luego no es mi
principal y único fin. Tampoco soy un metrosexual ni un
vigoréxico. Ya me gustaría a mí tener un cuerpazo y poder lucirlo.
No es el caso. Pero sí estoy convencido de que lo único que tenemos
es nuestro cuerpo y de que cuando deja de funcionar, se acabó lo que
se daba. Por eso intento cuidarlo. No es algo que haga
todo el mundo. Es frecuente que las personas castiguen su organismo.
Los modos de hacerlo y la justificación para ello son de lo más
variados. Así, a bote pronto, se me ocurren varios: tabaquismo (en
España un tercio de la población de entre 15 y 65 años fuma), voto
de castidad, ayuno voluntario, tatuajes y piercings, hipermedicación…
En fin, todo un catálogo de armas de destrucción cárnica. No me parece mal. Allá cada uno con su cuerpo. Yo me conformo
con que no agredan el mío.
Este poema está incluido en el libro "Sonetos 2015-2024"