jueves, 10 de noviembre de 2016

Viaje a Laos y Tailandia. Día 30 de octubre de 2016 por la tarde (parte 1)

El Avión que debía llevarnos a Luang Prabang salía con retraso. Al principio anunciaron que serían veinte minutos de demora pero poco a poco ese tiempo fue aumentando. Había contratado con el hotel en el que íbamos a alojarnos un vehículo para que nos recogiera en el aeropuerto. Envié un sms anunciando que llegábamos con retraso para que el chófer no perdiera el tiempo. Por fin, más de dos horas después de lo estipulado, partíamos rumbo a Laos. El vuelo fue corto, más o menos noventa minutos, pero entre unas cosas y otras para cuando llegamos era de noche. El aeropuerto de Luang Prabang es bastante modesto. En la zona de llegadas, diría que cutre. Para poder entrar al país había que obtener un visado. Ese tema lo tienen bien resuelto y es un trámite sencillo. Nada más llegar a la terminal te sitúan en la cola del visado. No había más gente que la que acabábamos de llegar en el avión. Esa cola conducía a una ventanilla en la que una funcionaria te pedía un formulario, que nosotros ya habíamos rellenado en el avión, el pasaporte y una fotografía. Habíamos leído que en otros puestos fronterizos pedían dos. No tener ninguna no supone ningún problema. Por un dólar ellos mismos hacen una copia de la de tu pasaporte. La ventanilla de la funcionaria estaba en un cuarto pequeño con tres divisiones. Ella ocupaba la situada más próxima a la llegada de los pasajeros, luego había otra con un civil que no tenía contacto con el público y en la última había un policía. Este también estaba detrás de una ventanilla. La creación del visado recordaba a una cadena industrial. La funcionaria grapaba la fotografía al impreso, escribía algo en él, lo metía en el pasaporte y se lo pasaba al civil que estaba en medio. Luego te hacía colocarte en una fila que llegaba hasta la ventanilla del policía. Para cuando te tocaba el turno el visado ya estaba preparado. Solo quedaba pagar. Dependiendo de tu país de origen las tasas eran de treinta o de treinta y cinco dólares. A los españoles treinta y cinco. Además se pagaba un dólar más por el cambio de divisas. En definitiva, con una fotografía, treinta y seis dólares y una hora de tiempo conseguías tu visado. Con él en la mano ya podías ir a la cola del control policial donde te hacían una fotografía, te cuñaban el pasaporte y te daban la bienvenida a Laos.
   Queríamos cambiar algunos euros por la moneda local en el mismo aeropuerto. El dinero es un buen solucionador de problemas. Una herramienta muy útil si surge algún contratiempo. Pensábamos que en la terminal habría alguna oficina de cambio. Nada de eso. En el trecho que separaba la cinta donde se recoge el equipaje y la salida solo había dos mesas que recordaban a las que se utilizan en los mercadillos. En la primera dos tipos jóvenes nos invitaban a comprar tarjetas SIM para el móvil. En la segunda, además de tarjetas SIM, había un cartel en el que ponía “CHANGE”. Sin más. No había un listado con los valores de cambio, ni ventanilla, ni nada de nada. Nos dirigimos a ella. Detrás había un chico y una chica muy jóvenes. Pilar señaló el cartel. Ellos nos dijeron muchas cosas en muy poco tiempo, pero no entendimos ninguna. El muchacho señaló la caseta que había junto a los policías que vigilan la salida y fue hacia allí. Íbamos a seguirlo pero nos detuvo. Soltó una nueva parrafada igual de indescifrable que la anterior Nos quedamos a la espera. En unos segundos regresó acompañado de una mujer mayor. Llevaba un monedero en la mano. El mismo tipo de monedero que llevan las mujeres de todo el mundo para ir a la compra. Se puso al otro lado de la mesa. Nos preguntó cuánto queríamos cambiar. “Cien euros”, le respondimos en nuestro inglés de todo a cien. Se le iluminó la cara. Cogió una calculadora y escribió el número 800000. Era poco. Pilar había leído que el cambio era, más o menos, unos 10000 kip, así es como se llama la moneda de Laos, por un euro. Yo no sabía nada del dinero laosiano pero me parecieron una cifras inmanejables. “Cambiamos solo cincuenta para tener algo y ya buscaremos un banco”, me dijo Pilar. Asentí. Yo estaba aturdido por el viaje y no me había leído ni una línea de lo que nos esperaba en ese país así que era mejor que no tomará ninguna decisión. Pilar le dijo a la mujer que sólo cincuenta euros. Ella cogió la calculadora y escribió 810000. Nos dijo que eso por los cien euros. Yo estaba alucinando. Así funcionaba el mercado de divisas de Laos. Un puro regateo de mercadillo. Cerramos el trato. La mujer abrió la cartera de ir a la compra y contó un buen fajo de billetes. Nosotros le dimos los cien euros y asunto resuelto. No hubo que mostrar los pasaportes ni nos dieron recibo. De haber tenido dinero negro nos habríamos desecho de él sin problemas. Teníamos la sensación de que el trato había sido malo. Más adelante pudimos confirmarlo. En las casetas de cambio de la ciudad conseguías 8800 kips al euro y en un banco los cambiamos a una relación euro/kip de 1/8900. De todos modos, en ese momento estábamos contentos. Teníamos dinero en el bolsillo y eso supone tranquilidad en la mente.