En la versión audiovisual de este soneto, presentada por Alicia Zubicoa y recitada por Luis Fernández, he mostrado algunos titulares de prensa sobre casos de supervivencia asombrosos. Uno de los más llamativos, y del que se llegó a hacer un documental, fue el de Juliane Koepcke. En el año 1971 viajaba en un avión que fue alcanzado por un rayo. El aparato comenzó a arder y a desintegrarse en pleno vuelo. No se sabe cómo, Juliane sobrevivió a la caída y al impacto contra el suelo. Seguía de una pieza, pero su calvario no había terminado. Había ido a parar a la selva peruana. Allí estuvo sola, sin alimentos y expuesta a mil peligros durante nueve días, hasta que unos trabajadores la encontraron. Milagrosamente había salido bien parada y podía contar su historia.
Aunque en el vídeo he mostrado el caso de Juliane y otros parecidos, no fueron esos actos de supervivencia los que me inspiraron el soneto Resistir. Al escribirlo ocupaban mi mente hechos mucho más cotidianos y frecuentes que todos hemos vivido. La vida pega duro. Es verdad que a unos más que a otros, pero a la larga nadie se libra de recibir una «paliza». Mientras lo escribía pensaba, por ejemplo, en la gente que trabaja hasta la extenuación por un sueldo miserable, en los que son acosados en el colegio, en los extorsionados por mafias, en los acusados injustamente y en otras cosas más. Especialmente estaban en mi mente los que luchan contra enfermedades graves. En un intento de evitar la muerte aguantan el dolor y se someten a tratamientos médicos y quirúrgicos tan terribles como un suplicio medieval.