sábado, 1 de abril de 2017

Autómata. Soneto abril 2017

Amo a la criatura de mi soneto de abril. No es el soneto lo que me seduce, sino su protagonista. El Autómata es para mí lo que Pinocho a Geppetto o Coppélia a Coppélius; una creación que cobra vida propia y se rige por sus propios sentimientos. Un androide al que adoro y por el que sufro. Sufro por él porque vive atormentado y confuso. Navega entre contradicciones, se plantea si tiene un alma cuando en realidad ya la tiene, al menos desde un punto de vista descartiano, y se pregunta sobre el sentido de su existencia. En definitiva, un filósofo de titanio, vidrio y plástico.
   Aunque me he atribuido la autoría de este autómata, lo cierto es que él se gestó motu proprio. Yo había escrito un borrador del que estaba bastante satisfecho. Se lo mandé a mi amigo Antonio Hernández para que le echara un vistazo. Como es habitual en él, enseguida le encontró fallos y pegas. Mientras conversábamos por mensajes de móvil, el soneto se iba reescribiendo. Acontecía una metamorfosis. El autómata inicial estaba envuelto en una vaina de palabras que él iba rompiendo con violencia, como lo hacen las criaturas extraterrestres en las películas de ciencia ficción. Los versos cambiaban de orden y de no haber ninguna conjunción o pasó a haber casi una por verso. Una nueva criatura había nacido. Su destino nadie lo conoce. Menos que nadie, él mismo.