La población occidental puede dividirse de muchas maneras. Una nada útil estaría relacionada con la Navidad. Podíamos establecer tres grupos: el de los que les gusta la Navidad, el de los que no les gusta y el de los que ni fu ni fa. Este último sería el más pequeño. Es raro que esas fechas dejen indiferente. Más frecuente es que la ames o la odies.
Tengo la impresión de que en la infancia el grupo de los que la aman es mayoritario. Con los años muchos pierden la ilusión y cambian de bando. En edades avanzadas el grupo de los que la odian gana por goleada.
Yo tengo ya un buen montón de años. Sin embargo, me sigue gustando la Navidad. Eso no quiere decir que me sienta especialmente feliz o alegre. Me suele pasar lo contrario. La melancolía es mi sentimiento principal durante esos días. Una suave tristeza sin motivo. Algo similar le ocurre al protagonista del soneto Año Nuevo. Sin causa aparente, se siente mal al cambiar de año. Quizá es que, para él, pesa más lo que deja atrás que lo que espera recibir en el futuro. Aunque tenemos cierto parecido, yo no me lo tomo tan mal como él. Todavía soy capaz de manejar la mezcla de ilusión e incertidumbre sin que me estalle en la cara.
Existe una versión audiovisual recitada por Luis Fernández Reyes: