Debido
a la diferencia horaria cuando salimos de Dubai ya es día 30. Me
paso el vuelo hasta Bankgok durmiendo. Tenemos tres horas hasta coger
nuestro siguiente avión. Hemos llegado puntuales pero no tenemos
claro cuánto tiempo necesitaremos para hacer los trámites. Hay que
entrar en Tailandia, coger las maletas, buscar nuestra nueva compañía
aérea, facturar, hacer los trámites para dejar Tailandia y los
necesarios para entrar en Laos. Esto último es lo que más nos
agobia. Suponemos que podremos hacer el visado al llegar al país
pero a mí todos estos temas burocráticos-legales me agobian. Por si
acaso vamos con rapidez hacia el control de pasaportes. Dejamos atrás
a la mayoría de pasajeros que venían con nosotros desde Dubai y nos
plantamos en la fila de la Aduana. Hay varias ventanillas y
muchísimos viajeros en nuestra misma situación. Afortunadamente,
las filas avanzan con rapidez. Entrar en Tailandia es muy sencillo.
Los españoles no necesitamos visado si vamos a estar menos de
treinta días. Tampoco se pagan tasas. Es tan simple como mostrar el
pasaporte, dejar que te hagan una foto y entregar un formulario que
nos habían dado previamente en el avión. Primera prueba superada en
menos de cuarenta y cinco minutos. Vamos a por las maletas
convencidos de que ya estarían en la cinta. Nos equivocamos. Al
llegar solo estaban ahí las de clase preferente. Las nuestras no
salieron hasta el final. Durante bastante tiempo tuvimos el temor de
que nos las hubieran perdido. En mi caso no sería una novedad. Tengo
mala suerte para esas cosas. Pero esta vez no ocurrió. Emirates, una
vez más, no me decepcionó. Una hora y media más tarde de nuestra
llegada a Tailandia estábamos preparados para salir del país. Nos
dirigimos a los mostradores de Bangkok Airlines. No había casi gente
así que pudimos hacer la facturación en menos de quince minutos.
Cambiamos algunos euros a la moneda local, el Bath, y nos dirigimos
al control de seguridad. Pensábamos que los trámites más lentos ya
estaban solucionados pero no era así. Teníamos un nuevo control de
pasaportes con una fila que asustaba. Nuestro vuelo salía en poco
más de una hora. Debido al luto por la muerte del rey del país se
aconsejaba a los turistas vestir con sobriedad. Como no me gusta
tener líos con las autoridades me había puesto un pantalón negro y
una camisa oscura. En el aeropuerto comprobé que había sido una
precaución innecesaria. La gente iba vestida de cualquier modo.
Justo delante de nosotros, en la fila, teníamos una extranjera cuya
vestimenta era lo contrario al decoro. Su atuendo, en el que
destacaban unas mallas que de tan ceñidas marcaban cada una de las
hendiduras de la anatomía de su entrepierna, resultó ser más útil
que cualquier prenda funeraria. Había carteles por todas partes en
las que se indicaba que estaba prohibido sacar fotografías y
utilizar el móvil. A la extranjera eso le daba igual. Ella contaba
con sus mallas como arma poderosa. Llegó con el móvil encendido
hasta las mismas narices del policía. No había preparado la
documentación así que todos los que estábamos detrás tuvimos que
esperar a que, con parsimonia, sacará el pasaporte y el visado.
Reconozco que de haber sido yo el policía la hubiera detenido por
usar el móvil. Encerrada en una cárcel tailandesa y rodeada de
lesbianas agresivas habría podido aprender unas cuantas cosas. La
historia, por supuesto, no acabó así. La extranjera lanzó una
sonrisa al policía que lo dejó embobado. Él le dio una reprimenda
paternal y, mientras la extranjera se iba de ahí con la sensación
de victoria, la siguió con la mirada fija en sus nalgas. Cuando me
tocó a mí al policía se le cambió la cara, aunque no era hostil.
Era de aburrimiento. Yo no llevaba unas mallas. Creo que no me
hubieran quedado tan bien como a la extranjera. En estos casos mi
estrategia es la de ser el hombre invisible. Conseguir el objetivo
rápido y sin problemas. Funcionó. Estábamos en la puerta de
embarque a tiempo. Hasta ese momento todo en el viaje había ido
demasiado bien para ser verdad. Había llegado la hora de que las
cosas se torcieran.
A veces siento la necesidad de escribir. A pesar de mi inconstancia he conseguido terminar dos novelas, una obra de teatro, varios sonetos y algunas cosas más. Si quieres enviarme un comentario sobre algo de lo que hayas leído en mi blog puedes hacerlo a esta dirección de correo electrónico: andres.garralda@gmx.es
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