Una
joven vestida con lo mínima cantidad de tela posible nos recibió en
la entrada. El local tenía forma circular, con el escenario, también
redondo, en el centro. Unas chicas ya estaban actuando. Nos sentaron
después de haber recorrido unos sesenta grados. En ese momento
desapareció el tipo que nos había acompañado. Supusimos que iba en
busca de otros clientes. No llevábamos ni diez segundos ahí cuando
una mujer mayor nos hizo levantarnos y sentarnos más alejados de la
puerta.
Solo
había otras dos parejas viendo el espectáculo. Las dos estaban en
la misma parte del círculo en la que nos habían sentado al
principio. Tras movernos, habíamos quedado aislados. No había
clientes en nuestro semicírculo. Los del otro lado no podían
vernos, ya que nos tapaban las actuaciones que se estaban haciendo en
el escenario. La función había comenzado pero no la de las chicas,
sino la del timo. Ya teníamos a las víctimas en posición.
La
misma vieja que nos había sentado la segunda vez nos tomó la
comanda. Un minuto más tarde ya teníamos las bebidas sobre la mesa.
En el escenario actuaban dos chicas. Estaban desnudas. No sé muy
bien qué hacían porque nos daban la espalda. Realizaban su número
para los clientes del otro lado.
No
habíamos podido darle ni un sorbo a la bebida cuando llegaron cinco
o seis chicas cargadas de copas y las dejaron sobre nuestra mesa. El
timo ya estaba consumado. Así de simple. Lo había leído en
internet y sabía cómo era. Cuando ibas a pagar te cobraban todas
esas consumiciones. La mayoría de las chicas desaparecieron cinco
segundos más tarde. Una se quedó junto a Pilar. Empezó a darle
conversación. Aquello no tenía ningún sentido puesto que ya
sabíamos que nos iban a timar. En cualquier caso, permanecimos ahí.
Ya que nos iba a salir caro veríamos el espectáculo. Pero tampoco
pudimos hacerlo, al menos con tranquilidad. Enseguida llegó otra
chica con una copa, un papel y un rotulador. Dejó el vaso sobre la
mesa y nos hizo apuntar nuestros nombres. Desapareció. Cinco
segundos más tarde ya teníamos otras dos más apabullando. Traían
sus bebidas, por supuesto, pero también unos globos enormes. Me
hicieron sujetar uno de los globos sobre la cabeza de Pilar. Una
chica que estaba en el escenario se metió una pequeña cerbatana en
la vagina y lanzó un dardo. El globo estalló, haciendo un gran
estruendo, en mi mano. Hicieron que colocara el otro sobre mi cabeza.
La joven volvió a atinar y el globo se hizo añicos. Contenta de su
heroicidad, la protagonista de tan gran puntería bajó del escenario
y vino hacía nuestra mesa. Para cuando llegó, y habiéndolas sacado
de no sé dónde (quizá de su coño, visto el potencial que tenía
esa oquedad en aquella joven), ya tenía dos bebidas en sus manos.
Las posó, tras soltarnos un minidiscurso en tailainglés, en nuestra
mesa.
La
reina de la cerbatana desapareció y fue sustituida por la chica que
nos había hecho escribir los nombres en el papel. Fugazmente, porque
todo transcurría a toda velocidad y entre gran confusión, la había
visto actuar en el escenario manejando el rotulador con la vagina.
Nos mostró el papel en el que había reproducido nuestros nombres.
Ahí pude leer “Pilar” y “Andrés” escritos en tinta azul.
Quizá la chica había estudiado en un colegio de monjas porque su
caligrafía era perfecta.
No
sé de dónde aparecieron un par de copas más en nuestra mesa.
Aquello era una locura y un agobio. Me había tomado mi bebida en
menos de dos minutos con intención de irme de allí cuanto antes,
pero a Pilar todavía le quedaba parte de su consumición, a parte de
que todavía no había podido quitarse de encima a la chica que le
estaba dando conversación desde el principio. En esas estábamos
cuando una muchacha se sentó a mi lado. No le hice ni caso. Ella
tampoco me lo hacía a mí. La vi más concentrada en mi bolso, que
lo tenía puesto en bandolera pero apoyado sobre el asiento. Se le
notaban las intenciones de querer abrirlo. Yo la vigilaba con
descaro; a fin de cuentas las cartas estaban boca arriba desde el
principio. No tenía sentido andarse con remilgos. La tipa me lanzó
no sé qué pregunta. Le dije que no entendía, cogí el bolso sin
disimulo y me lo cambie de lado. Lo dejé entre Pilar y yo. La chica
despareció, pero no sin antes dejarnos otra copa sobre la mesa.
Le
insistí a Pilar en que nos fuéramos. Asintió. La vieja que nos
había sentado no había dejado de observar todo desde el principio.
Le hice un gesto de que nos trajera la cuenta. Me indicó que había
que ir a pagar a donde estaba ella. Pilar dio un último trago a su
bebida y nos pusimos en pie. No nos molestamos en contar las copas.
Nos iban a cobrar lo que les diera la gana.
“Pagamos
lo que nos pidan y nos largamos”, le dije a Pilar. Le pareció
bien. Estábamos en franca inferioridad. Allí no teníamos nada que
ganar y mucho que perder. Solo quedaba por saber cuánto nos costaría
el timo.
La
vieja se tomaba lo de cobrar muy en serio porque nos hizo una especie
de factura. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Nos estaba
timando descaradamente pero le daba respetabilidad dándonos un
recibo. Surrealista. Miré la cifra. Conmoción. Tres mil quinientos
bats. Nos habíamos doctorado en gilipollez, eso era obvio. De todos
modos, conseguimos superarnos a nosotros mismos y obtuvimos también
el máster en ser pringados. Pilar llevaba el fondo. Teníamos esa
cantidad pero en billetes grandes. Pagó con cuatro billetes de mil.
Como unos incautos, esperamos durante unos instantes el cambio. A los
pocos segundos apareció una chica diciéndonos que se lo diéramos
de propina. No tenía sentido ponerse borde. Un par de gorilas nos
observaban desde la puerta y nos rodeaban siete u ocho mujeres,
algunas vestidas y otras en pelotas. Yo me había dejado las mallas
de superhéroe en el hotel así que no me veía en condiciones de
enfrentarme a esas hordas. Renunciamos al cambio y salimos de allí
lo más rápido que pudimos.
Enfilamos
directo hacia el hotel. Al principio estábamos tan aturdidos que
casi ni hablamos. Cuando ya llevábamos unos cientos de metros
andados, y nuestras mentes y corazones se habían serenado, iniciamos
una conversación.
–¿Cuánto
nos ha costado en euros? –me
preguntó Pilar.
–Unos
ciento veinte teniendo el cuenta lo que nos cuesta el cambio –le
respondí.
Pilar
se tomó unos segundos para asimilar la noticia.
–Bueno
–dijo tratando de mostrarse
optimista–, si lo piensas bien,
dividido entre dos sale a sesenta euros. No es tanto.
–Y
podía haber sido peor –argumenté
yo–. Imagínate si cuando ha
disparado con la cerbatana hubiera fallado y me hubiera dado en un
ojo. ¿Cómo habría explicado que estaba tuerto porque una tipa me
había lanzado un dardo con su vagina? La gente me miraría a mi
único ojo bueno horrorizada. Tendría que mentir. Eso hubiera
marcado un antes y un después en mi vida.
Nos
reímos.
–Lo
malo ha sido que no nos han dejado disfrutar de los números –dijo
Pilar.
Era
cierto. No solo nos habían aligerado la cartera de mala manera sino
que, además, prácticamente no nos habíamos enterado de la
“función”. Y yo menos que Pilar. Porque lo que ella no sabía
era que cuando la de la cerbatana iba a disparar yo ponía mi mano
libre delante de mis ojos. Ver, no veía nada pero al menos tenía
mis escleróticas (me encanta esa palabra) a salvo.
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