lunes, 7 de noviembre de 2016

Viaje a Laos y Tailandia. Día 6 de noviembre de 2016 por la noche.

Una joven vestida con lo mínima cantidad de tela posible nos recibió en la entrada. El local tenía forma circular, con el escenario, también redondo, en el centro. Unas chicas ya estaban actuando. Nos sentaron después de haber recorrido unos sesenta grados. En ese momento desapareció el tipo que nos había acompañado. Supusimos que iba en busca de otros clientes. No llevábamos ni diez segundos ahí cuando una mujer mayor nos hizo levantarnos y sentarnos más alejados de la puerta.
   Solo había otras dos parejas viendo el espectáculo. Las dos estaban en la misma parte del círculo en la que nos habían sentado al principio. Tras movernos, habíamos quedado aislados. No había clientes en nuestro semicírculo. Los del otro lado no podían vernos, ya que nos tapaban las actuaciones que se estaban haciendo en el escenario. La función había comenzado pero no la de las chicas, sino la del timo. Ya teníamos a las víctimas en posición.
   La misma vieja que nos había sentado la segunda vez nos tomó la comanda. Un minuto más tarde ya teníamos las bebidas sobre la mesa. En el escenario actuaban dos chicas. Estaban desnudas. No sé muy bien qué hacían porque nos daban la espalda. Realizaban su número para los clientes del otro lado.
   No habíamos podido darle ni un sorbo a la bebida cuando llegaron cinco o seis chicas cargadas de copas y las dejaron sobre nuestra mesa. El timo ya estaba consumado. Así de simple. Lo había leído en internet y sabía cómo era. Cuando ibas a pagar te cobraban todas esas consumiciones. La mayoría de las chicas desaparecieron cinco segundos más tarde. Una se quedó junto a Pilar. Empezó a darle conversación. Aquello no tenía ningún sentido puesto que ya sabíamos que nos iban a timar. En cualquier caso, permanecimos ahí. Ya que nos iba a salir caro veríamos el espectáculo. Pero tampoco pudimos hacerlo, al menos con tranquilidad. Enseguida llegó otra chica con una copa, un papel y un rotulador. Dejó el vaso sobre la mesa y nos hizo apuntar nuestros nombres. Desapareció. Cinco segundos más tarde ya teníamos otras dos más apabullando. Traían sus bebidas, por supuesto, pero también unos globos enormes. Me hicieron sujetar uno de los globos sobre la cabeza de Pilar. Una chica que estaba en el escenario se metió una pequeña cerbatana en la vagina y lanzó un dardo. El globo estalló, haciendo un gran estruendo, en mi mano. Hicieron que colocara el otro sobre mi cabeza. La joven volvió a atinar y el globo se hizo añicos. Contenta de su heroicidad, la protagonista de tan gran puntería bajó del escenario y vino hacía nuestra mesa. Para cuando llegó, y habiéndolas sacado de no sé dónde (quizá de su coño, visto el potencial que tenía esa oquedad en aquella joven), ya tenía dos bebidas en sus manos. Las posó, tras soltarnos un minidiscurso en tailainglés, en nuestra mesa.
   La reina de la cerbatana desapareció y fue sustituida por la chica que nos había hecho escribir los nombres en el papel. Fugazmente, porque todo transcurría a toda velocidad y entre gran confusión, la había visto actuar en el escenario manejando el rotulador con la vagina. Nos mostró el papel en el que había reproducido nuestros nombres. Ahí pude leer “Pilar” y “Andrés” escritos en tinta azul. Quizá la chica había estudiado en un colegio de monjas porque su caligrafía era perfecta.
   No sé de dónde aparecieron un par de copas más en nuestra mesa. Aquello era una locura y un agobio. Me había tomado mi bebida en menos de dos minutos con intención de irme de allí cuanto antes, pero a Pilar todavía le quedaba parte de su consumición, a parte de que todavía no había podido quitarse de encima a la chica que le estaba dando conversación desde el principio. En esas estábamos cuando una muchacha se sentó a mi lado. No le hice ni caso. Ella tampoco me lo hacía a mí. La vi más concentrada en mi bolso, que lo tenía puesto en bandolera pero apoyado sobre el asiento. Se le notaban las intenciones de querer abrirlo. Yo la vigilaba con descaro; a fin de cuentas las cartas estaban boca arriba desde el principio. No tenía sentido andarse con remilgos. La tipa me lanzó no sé qué pregunta. Le dije que no entendía, cogí el bolso sin disimulo y me lo cambie de lado. Lo dejé entre Pilar y yo. La chica despareció, pero no sin antes dejarnos otra copa sobre la mesa.
   Le insistí a Pilar en que nos fuéramos. Asintió. La vieja que nos había sentado no había dejado de observar todo desde el principio. Le hice un gesto de que nos trajera la cuenta. Me indicó que había que ir a pagar a donde estaba ella. Pilar dio un último trago a su bebida y nos pusimos en pie. No nos molestamos en contar las copas. Nos iban a cobrar lo que les diera la gana.
   “Pagamos lo que nos pidan y nos largamos”, le dije a Pilar. Le pareció bien. Estábamos en franca inferioridad. Allí no teníamos nada que ganar y mucho que perder. Solo quedaba por saber cuánto nos costaría el timo.
   La vieja se tomaba lo de cobrar muy en serio porque nos hizo una especie de factura. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Nos estaba timando descaradamente pero le daba respetabilidad dándonos un recibo. Surrealista. Miré la cifra. Conmoción. Tres mil quinientos bats. Nos habíamos doctorado en gilipollez, eso era obvio. De todos modos, conseguimos superarnos a nosotros mismos y obtuvimos también el máster en ser pringados. Pilar llevaba el fondo. Teníamos esa cantidad pero en billetes grandes. Pagó con cuatro billetes de mil. Como unos incautos, esperamos durante unos instantes el cambio. A los pocos segundos apareció una chica diciéndonos que se lo diéramos de propina. No tenía sentido ponerse borde. Un par de gorilas nos observaban desde la puerta y nos rodeaban siete u ocho mujeres, algunas vestidas y otras en pelotas. Yo me había dejado las mallas de superhéroe en el hotel así que no me veía en condiciones de enfrentarme a esas hordas. Renunciamos al cambio y salimos de allí lo más rápido que pudimos.
   Enfilamos directo hacia el hotel. Al principio estábamos tan aturdidos que casi ni hablamos. Cuando ya llevábamos unos cientos de metros andados, y nuestras mentes y corazones se habían serenado, iniciamos una conversación.
   –¿Cuánto nos ha costado en euros? me preguntó Pilar.
   –Unos ciento veinte teniendo el cuenta lo que nos cuesta el cambio le respondí.
   Pilar se tomó unos segundos para asimilar la noticia.
   –Bueno dijo tratando de mostrarse optimista–, si lo piensas bien, dividido entre dos sale a sesenta euros. No es tanto.
   –Y podía haber sido peor argumenté yo. Imagínate si cuando ha disparado con la cerbatana hubiera fallado y me hubiera dado en un ojo. ¿Cómo habría explicado que estaba tuerto porque una tipa me había lanzado un dardo con su vagina? La gente me miraría a mi único ojo bueno horrorizada. Tendría que mentir. Eso hubiera marcado un antes y un después en mi vida.
   Nos reímos.
   –Lo malo ha sido que no nos han dejado disfrutar de los números –dijo Pilar.
   Era cierto. No solo nos habían aligerado la cartera de mala manera sino que, además, prácticamente no nos habíamos enterado de la “función”. Y yo menos que Pilar. Porque lo que ella no sabía era que cuando la de la cerbatana iba a disparar yo ponía mi mano libre delante de mis ojos. Ver, no veía nada pero al menos tenía mis escleróticas (me encanta esa palabra) a salvo.

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