El
Palacio Real de Bangkok es el lugar turístico por excelencia de la
capital y uno de los más importantes del país. Esa mañana era
nuestro destino. El Skytrain no llegaba hasta allí así que optamos
por coger un autobús.
Lo
autobuses en Bangkok son una opción de desplazamiento interesante,
aunque no la ideal para todo el mundo. Sus principales ventajas son
el precio y que llegan a todas partes. Los inconvenientes son varios:
es difícil saber qué línea has de coger y en qué sentido, son
lentos (si pillas un atasco es posible que tardes más tiempo del que
hubieras empleado yendo a pie) y su frecuencia horaria es un
misterio. Hay varios tipos, que se diferencian por el color, el
precio y la calidad del autobús. Los rojos no tienen aire
acondicionado y son viejos. Son los más baratos. De hecho, algunas
líneas rojas son gratuitas. Los amarillos son algo más caros y
tienen aire acondicionado. Están también los verdes, pero como no
llegué a montarme en ninguno desconozco cuáles eran sus
características principales.
Cerca
del palacio el tráfico era un caos. El autobús apenas avanzaba. Nos
bajamos en cuanto pudimos. Nada más pisar la calle nos llamó la
atención la cantidad de policía que había. También se había
desplegado el ejército. Llevábamos varios días desconectados del
mundo, sin oír las noticias, por lo que pensamos que tal vez se
había perpetrado un atentado. Todas esas medidas de seguridad no
eran normales. A pesar de ello, la población parecía tranquila así
que seguimos caminando en dirección al palacio. Con forme lo
hacíamos nos íbamos cruzando con grupos de gente vestida de negro.
Entonces recordamos que todavía se mantenía el duelo por la muerte
del rey. Su cuerpo estaba en alguna sala del Palacio Real. Las
medidas de seguridad eran para controlar a las miles de personas que
acudían a honrar el cadáver de Bhumibol.
Mientras
nos acercábamos a la puerta del Palacio Real se puso a llover.
Descartamos entrar al edificio. Las colas eran impresionantes.
Además, había que pasar un filtro de seguridad en el que tenías
que mostrar el pasaporte y yo me lo había dejado en el hotel. Había
que esperar tantas horas que existían grupos de voluntarios para
avituallar a los que hacía fila. Nos íbamos a quedar sin ver el
edificio, o más bien el grupo de edificios, más importante de
Bangkok, pero el espectáculo que ofrecían las miles de personas
vestidas de negro nos compensaba. Estábamos en Tailandia en un
momento histórico.
Cerca
del Palacio Real está el templo Pho. Nos dirigimos hacia allí. Cada
vez llovía con más intensidad. No llevábamos ni impermeable ni
paraguas. Buscamos un sitio en el que refugiarnos. Nos pusimos debajo
de unos árboles. No era la solución ideal pero sí lo único que
teníamos a mano. Cerca habían instalado un puesto de
avituallamiento. Desde ahí salió una monje, o lo que nosotros
opinábamos que era una monje, y nos invitó a entrar en el puesto.
Era la primera vez que yo veía a una de esas mujeres. Tenía la
cabeza afeitada y vestía una túnica similar a la de los monjes pero
de color blanco. El puesto era un pequeño recinto de unos ochenta
metros cuadrados limitado por unas vayas y protegido por un toldo. Al
menos ahí no te mojabas. La parte más alejada del lugar por el que
habíamos entrado la ocupaba un grupo de policías; era su área de
descanso. También había un par de mesas en las que se vendían
bebidas y comidas, un templo improvisado, regentado por un monje, y
un puesto de venta de artículos religiosos.
Estuvimos
esperando a que la lluvia cesara durante más de media hora, aunque
sin éxito. El agua caía con entusiasmo. En ese tiempo el puesto
había recibido a decenas de personas. No faltaba el espacio pero
tampoco sobraba. Había algunos turistas pero la mayoría de los
presentes eran tailandeses que habían acudido a despedir a Bhumibol.
El negro era, una vez más, el color imperante. No se estaba mal pero
teníamos la sensación de que estábamos perdiendo el tiempo.
Decidimos ponernos en marcha.
Aunque
Wat Pho estaba cerca, llegamos calados. Como la temperatura era buena
no estábamos incómodos y disfrutamos de la visita. Para mí fue uno
de los templos más interesantes. Hay varios edificios y esculturas
pero lo que más llama la atención es el Buda Reclinado. Mide más
de 40 metros de largo y está completamente cubierto de pan de oro.
La figura está dentro de un edificio en el que apenas hay sitio para
nada más. Se entra por una puerta casi en fila india y se sale por
otra después de haber rodeado la imagen siguiendo un pasillo. En la
parte del pasillo que da a la espalda de Buda hay decenas de
recipientes. La ofrenda en ese templo consiste en echar limosna en
ellos. No das de tu propio dinero. Al inicio del pasillo hay unas
vasijas, que puedes coger libremente, llenas de monedas tailandesas
de poco valor, o quizá ya de ningún valor (nosotros no las habíamos
visto hasta ese momento). Tomas monedas de tu vasija y las vas
depositando en los recipientes hasta quedarte sin nada. La clave del
éxito es poner en cada recipiente las adecuadas para no quedarse
demasiado pronto sin ninguna ni que te sobren al final.
Después
de comer en un restaurante de la zona nos dirigimos hacia el segundo
templo en importancia de Bangkok: Wat Arun. Lo que más destaca en él
es su torre central, de más de 75 metros de altura. Hay cuatro
torres más, que son similares en forma pero de menor tamaño, que
están dispuestas como si fueran los vértices de un cuadrado. Las
paredes de las torres están cubiertas de porcelana. Puedes subir a
las torres y disfrutar con las vistas. Aunque está muy cerca de Wat
Pho no se puede ir andando de uno a otro. Entre ambos templos se
interpone el río Chao Phraya. No hay un puente, al menos cerca, para
cruzarlo. La única forma de llegar es cogiendo un ferry. El trayecto
entre ambos edificios cuesta muy poco, tanto en tiempo como en
dinero, y es una buena forma de probar el trasporte fluvial de
Bangkok.
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