lunes, 7 de noviembre de 2016

Viaje a Laos y Tailandia. Día 7 de noviembre de 2016 por la mañana.

El Palacio Real de Bangkok es el lugar turístico por excelencia de la capital y uno de los más importantes del país. Esa mañana era nuestro destino. El Skytrain no llegaba hasta allí así que optamos por coger un autobús.

   Lo autobuses en Bangkok son una opción de desplazamiento interesante, aunque no la ideal para todo el mundo. Sus principales ventajas son el precio y que llegan a todas partes. Los inconvenientes son varios: es difícil saber qué línea has de coger y en qué sentido, son lentos (si pillas un atasco es posible que tardes más tiempo del que hubieras empleado yendo a pie) y su frecuencia horaria es un misterio. Hay varios tipos, que se diferencian por el color, el precio y la calidad del autobús. Los rojos no tienen aire acondicionado y son viejos. Son los más baratos. De hecho, algunas líneas rojas son gratuitas. Los amarillos son algo más caros y tienen aire acondicionado. Están también los verdes, pero como no llegué a montarme en ninguno desconozco cuáles eran sus características principales.

   Cerca del palacio el tráfico era un caos. El autobús apenas avanzaba. Nos bajamos en cuanto pudimos. Nada más pisar la calle nos llamó la atención la cantidad de policía que había. También se había desplegado el ejército. Llevábamos varios días desconectados del mundo, sin oír las noticias, por lo que pensamos que tal vez se había perpetrado un atentado. Todas esas medidas de seguridad no eran normales. A pesar de ello, la población parecía tranquila así que seguimos caminando en dirección al palacio. Con forme lo hacíamos nos íbamos cruzando con grupos de gente vestida de negro. Entonces recordamos que todavía se mantenía el duelo por la muerte del rey. Su cuerpo estaba en alguna sala del Palacio Real. Las medidas de seguridad eran para controlar a las miles de personas que acudían a honrar el cadáver de Bhumibol.

   Mientras nos acercábamos a la puerta del Palacio Real se puso a llover. Descartamos entrar al edificio. Las colas eran impresionantes. Además, había que pasar un filtro de seguridad en el que tenías que mostrar el pasaporte y yo me lo había dejado en el hotel. Había que esperar tantas horas que existían grupos de voluntarios para avituallar a los que hacía fila. Nos íbamos a quedar sin ver el edificio, o más bien el grupo de edificios, más importante de Bangkok, pero el espectáculo que ofrecían las miles de personas vestidas de negro nos compensaba. Estábamos en Tailandia en un momento histórico.

   Cerca del Palacio Real está el templo Pho. Nos dirigimos hacia allí. Cada vez llovía con más intensidad. No llevábamos ni impermeable ni paraguas. Buscamos un sitio en el que refugiarnos. Nos pusimos debajo de unos árboles. No era la solución ideal pero sí lo único que teníamos a mano. Cerca habían instalado un puesto de avituallamiento. Desde ahí salió una monje, o lo que nosotros opinábamos que era una monje, y nos invitó a entrar en el puesto. Era la primera vez que yo veía a una de esas mujeres. Tenía la cabeza afeitada y vestía una túnica similar a la de los monjes pero de color blanco. El puesto era un pequeño recinto de unos ochenta metros cuadrados limitado por unas vayas y protegido por un toldo. Al menos ahí no te mojabas. La parte más alejada del lugar por el que habíamos entrado la ocupaba un grupo de policías; era su área de descanso. También había un par de mesas en las que se vendían bebidas y comidas, un templo improvisado, regentado por un monje, y un puesto de venta de artículos religiosos.

   Estuvimos esperando a que la lluvia cesara durante más de media hora, aunque sin éxito. El agua caía con entusiasmo. En ese tiempo el puesto había recibido a decenas de personas. No faltaba el espacio pero tampoco sobraba. Había algunos turistas pero la mayoría de los presentes eran tailandeses que habían acudido a despedir a Bhumibol. El negro era, una vez más, el color imperante. No se estaba mal pero teníamos la sensación de que estábamos perdiendo el tiempo. Decidimos ponernos en marcha.

   Aunque Wat Pho estaba cerca, llegamos calados. Como la temperatura era buena no estábamos incómodos y disfrutamos de la visita. Para mí fue uno de los templos más interesantes. Hay varios edificios y esculturas pero lo que más llama la atención es el Buda Reclinado. Mide más de 40 metros de largo y está completamente cubierto de pan de oro. La figura está dentro de un edificio en el que apenas hay sitio para nada más. Se entra por una puerta casi en fila india y se sale por otra después de haber rodeado la imagen siguiendo un pasillo. En la parte del pasillo que da a la espalda de Buda hay decenas de recipientes. La ofrenda en ese templo consiste en echar limosna en ellos. No das de tu propio dinero. Al inicio del pasillo hay unas vasijas, que puedes coger libremente, llenas de monedas tailandesas de poco valor, o quizá ya de ningún valor (nosotros no las habíamos visto hasta ese momento). Tomas monedas de tu vasija y las vas depositando en los recipientes hasta quedarte sin nada. La clave del éxito es poner en cada recipiente las adecuadas para no quedarse demasiado pronto sin ninguna ni que te sobren al final.

   Después de comer en un restaurante de la zona nos dirigimos hacia el segundo templo en importancia de Bangkok: Wat Arun. Lo que más destaca en él es su torre central, de más de 75 metros de altura. Hay cuatro torres más, que son similares en forma pero de menor tamaño, que están dispuestas como si fueran los vértices de un cuadrado. Las paredes de las torres están cubiertas de porcelana. Puedes subir a las torres y disfrutar con las vistas. Aunque está muy cerca de Wat Pho no se puede ir andando de uno a otro. Entre ambos templos se interpone el río Chao Phraya. No hay un puente, al menos cerca, para cruzarlo. La única forma de llegar es cogiendo un ferry. El trayecto entre ambos edificios cuesta muy poco, tanto en tiempo como en dinero, y es una buena forma de probar el trasporte fluvial de Bangkok.

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