lunes, 7 de noviembre de 2016

Viaje a Laos y Tailandia. Día 5 de noviembre de 2016 por la tarde.

Había muchos coches y autobuses en la zona del templo. Afortunadamente, el taxista tenía recursos y consiguió encontrar un hueco próximo a un terraplén. Nos despedimos con el acuerdo de reunirnos una hora más tarde.
Para llegar al templo hay que subir una escalera bastante larga. Merece la pena. La propia escalera es bonita y también las vistas que desde allí se tienen. La vegetación, muy frondosa, flanquea la subida.
Después de pagar las entradas nos descalzamos y entramos al templo. No es un lugar solo de visita. Muchos tailandeses, y también otros asiáticos, van a rezar. Ese día, quizá por ser sábado, estaba muy concurrido. Junto a la entrada cogimos una flor amarilla que más tarde ofreceríamos a Buda. El templo merece una visita por su arquitectura, aunque a mí me gustó más por el ambiente que se vivía. En la parte central hay algo parecido a un corredor por el que los feligreses avanzan mientras rezan. Se da una vuelta entera. Ver a toda esa gente orando tiene su encanto. Nosotros también hicimos el recorrido. Al salir dejamos la flor delante de una de las muchas figuras de Buda que tenía el lugar. Hice la misma petición que hago siempre. Una vez más, funcionó.
Enseguida pasó la hora y llegó el momento de regresar al taxi. Cuando bajábamos la escalera nos encontramos con un grupo de niños vestidos con la ropa tradicional de alguna de las muchas etnias que hay en Tailandia. Estaban graciosos. A cambio de una propina posaban para la foto. Pilar no pudo resistirse. Le hice todo un reportaje rodeada de los niños. Eran cariñosos y se le colgaban hasta de las piernas. Parece que estaban a gusto porque al final casi se los tuvo que quitar de encima.
El taxista estaba en el lugar en el que lo habíamos dejado. Nos montamos en el vehículo y nos bajamos en el centro de Chiang Mai. Aprovechamos para visitar un mercado próximo. A esas alturas, yo ya estaba saturado de mercados. A Pilar le ocurría lo mismo. Después de dar una vuelta que no duraría ni veinte minutos nos fuimos a comer.
Supongo que Chiang Mai tiene muchas más cosas para ofrecer de las que nosotros habíamos visto. Sin embargo, nuestra impresión era que ya habíamos disfrutado de casi todo lo que nos interesaba. Esa tarde Pilar se fue al hotel a descansar y a darse un baño en la piscina. Yo hice una visita a la misma “biblioteca” a la que había ido el día anterior. Quedamos en la habitación a las ocho. Para la noche habíamos decidido ir a un espectáculo de travestis.
Nos pusimos en marcha con tiempo de sobra para llegar al mercado de Anusan, que era donde estaba el local de los travestis. Cuando llegamos allí no encontrábamos el sitio exacto. Estuvimos dando vueltas durante más de diez minutos. No había forma de localizarlo. Google Maps señalaba un punto en el que no había sino tenderetes. Preguntamos a un vigilante de seguridad. Nos indicó correctamente. Llegamos pasadas las nueve, pero el espectáculo todavía no había comenzado.
Creo recordar que la entrada nos costó algo menos de 400 bats y que incluía una consumición. Como habíamos llegado tarde los mejores sitios ya estaban ocupados. Nos sentamos en una mesa junto a un pasillo. Por delante teníamos unas cuatro filas de mesas, luego unos asientos que rodeaban el escenario y, por fin, este último. La distancia no era excesiva y la visibilidad aceptable.
Enseguida comenzó la primera actuación. La música era brasileña. Salieron cinco personas al escenario: tres travestis y dos bailarines masculinos. La artista principal hacía el playback a la perfección, y no debía de ser fácil para una tailandesa; entre su idioma y el portugués hay muy poco en común. Además, bailaban muy bien y los vestidos eran espectaculares. Nada más acabar el primer número comenzó otro también en portugués. Los artistas eran diferentes pero no así su maestría ni la elegancia de la ropa. A pesar de lo bien que lo hacían, para la tercera actuación ya me estaba aburriendo. Me gustan los espectáculos de travestis cuando dan caña al público, incluido a mí mismo, o cuando cantan en directo. Si es solo playback acaban por aburrirme. Afortunadamente, a Pilar le estaba gustando y eso me satisfacía.
El cuarto número me sacó del letargo. La canción era en español y la coreografía digna de un sueño surrealista de Georgie Dann. La travesti movía los labios como si hubiera hablado español toda su vida. Lo hacía perfecto. Iba acompañada de dos bailarines que la flanqueaban. El que había diseñado su ropa tenía una imagen de España un poco alejada de la realidad. Vestían una mezcla de traje de torero con chaleco castizo madrileño y ropa de mariachi mejicano. Así, como si nada. La propia música era una mezcla entre Rafaela Carra y flamenco. Estaba alucinando. La quinta canción también fue en español. Creo que era Paulina Rubio, pero no lo podría asegurar. Al ritmo de esas canciones me fui animando. La siguiente continuó en el mismo idioma. Se notaba que en Tailandia lo latino gustaba. La gente había empezado a bailar. El espectáculo había cogido fuerza y el público se estaba divirtiendo. Para la séptima salió al escenario la travesti gorda pero graciosa. Hasta ese momento todas habían sido delgadas, elegantes y muy guapas. Esta era rellenita pero se movía con brío. Además, como había elegido el “I will survive” de Gloria Gaynor tenía el éxito asegurado. Salió del escenario e hizo un recorrido entre las mesas. Los espectadores aplaudían al ritmo de la música. Sin duda fue el momento álgido de la noche, aunque la siguiente actuación tampoco estuvo mal. Fue casi un ejercicio circense. La travesti protagonista, muy guapa y con tipazo, llevaba puestos unos zapatos que debían de tener unos treinta centímetros de tacón. No solo se movía con ellos por el escenario como si nada sino que tuvo el arrojo de subirse a una mesa y saltar de esa a otra diferente. Se jugó la crisma, pero no se cayó.
Después de esa actuación pedimos algo para beber. No recuerdo cuál fue el precio de la consumición pero pagué con un billete mayor que la cantidad que me pedían. En ese momento tuve la impresión de que a la camarera, una travesti, se le había pasado por la cabeza quedarse directamente con la vuelta como si fuera una propina. La cantidad era pequeña y no me importaba dársela, pero no me hizo gracia que se anticipara a mis intenciones. El gesto no me gustó. Cuando se fue me quedó la duda de si me traería el cambio o no. Para ese entonces, varias travestis habían comenzado a desfilar por las mesas posando para fotos, pero siempre a cambio de propinas. Un par se pegaron a nosotros. Aquello había empezado a dejar de divertirme. No me gusta que me agobien, y ellas lo estaban haciendo.
Al cabo de un rato vino la camarera con la vuelta. Había resistido la tentación de quedársela. Aunque eso me relajó un poco no hizo que me sintiera cómodo.
El espectáculo continuaba. Cogieron a cinco hombres del público y los llevaron al escenario para hacer bromas con ellos. Admito que los elegidos lo hicieron bien y tenían su gracia, pero yo ya no era capaz de meterme de nuevo en el ambiente. Me consolaba ver que Pilar se estaba divirtiendo. De haber estado yo solo me habría marchado. Creo que algo parecido le había ocurrido a más personas. Esa mendicidad apabullante debía de haber hecho mella en más espectadores, que sin duda también se habían sentido incómodos. La gente ya no bailaba ni aplaudía tanto.
El número final fue el del musical de Mamma Mia. Mientras que en la obra original se llega a ese punto tras un clímax y todo el mundo se levanta y se pone a bailar entusiasmado y agradecido, en aquel espectáculo no hubo ni clímax ni entusiasmo. Los que habían salido al escenario y sus acompañantes sí estaban más animados, pero el resto del público ni fu ni fa. Era un tanto patético ver ese intento de apoteosis no consumada.
Cuando terminó la actuación, los travestis y bailarines se pusieron cerca de la puerta haciendo un pasillo para que pudieras hacerte fotografías con ellos, por supuesto pagando. Yo ya pasaba de ellos pero Pilar quiso inmortalizarse con uno de los bailarines. Se puso junto a él con el billete preparado. Cuando estaban posando se acercó otro. Les hice la foto a los tres juntos. El último que había llegado, y que se había colocado ahí sin que nadie se lo pidiera, casi le arrancó el billete de la mano a mi amiga. Con su presa a buen recaudo se largó. El primer bailarín esperaba su parte. Pilar tuvo que sacar otro billete y dárselo. Para entonces yo ya estaba asqueado. Enfilé hacia la puerta sin dejar que nadie se me acercara.
Debo decir que las cantidades que se daban de propina eran pequeñas y que mi “mal rollo” fue más por las formas que por el fondo. Si hubiera sabido de antemano que funcionaba de esa manera tal vez habría llegado mentalizado y me habría divertido. No fue así. Aunque había habido algunos números muy buenos, y pese a reconocer que algunas lo hacían muy bien, el espectáculo me había dejado mal sabor de boca.

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