lunes, 7 de noviembre de 2016

Viaje a Laos y Tailandia. Día 4 de noviembre de 2016 por la tarde.

Pilar tiene una gran capacidad de orientación. Aunque a mí Chiang Mai me parecía un rompecabezas indescifrable para ella ya no suponía ningún misterio. Había aprendido a moverse por el centro sin problemas. Hasta esa tarde habíamos estado siempre juntos pero por primera vez íbamos a darnos unas horas libres. Gracias a la tarjeta SIM del móvil me sentía capaz de llegar a cualquier parte. Por lo tanto, se suponía que ambos éramos capaces de encontrar el hotel sin perdernos independientemente del punto de partida.
   Pilar no solo se había recuperado bien del masaje que le habían dado en Luang Prabang sino que estaba dispuesta a recibir otro. Habíamos visto en internet que existía un lugar en el que se empleaban a ciegos como masajistas. La idea era dar trabajo a personas con discapacidad. Se dice que los ciegos, al no poder utilizar la vista, desarrollan más el resto de los sentidos. Tienen fama de ser los mejores masajistas. Entre que le hiciera una masaje una ex presidiaria o una ciega, Pilar prefirió que se lo hiciera esta última. Estuve de acuerdo con ella. Me parecía más seguro para su columna vertebral.
   Después de comer localizamos en el móvil la ubicación del centro de masajes. Estaba cerca del restaurante. La acompañé hasta la puerta. Como ya he dicho en otra ocasión, yo no estaba interesado en los masajes. No iba a entrar al local. Visto desde fuera no tenía mal aspecto. Además, estaba en una calle importante bien iluminada. Me pareció que no la dejaba en un mal sitio. Después de ser masajeada, Pilar tenía intención de ir al hotel y disfrutar un rato de la piscina. Nos aseguramos de que sería capaz de llegar sin problemas. Afortunadamente, ambos edificios estaban a poca distancia y calculamos que no necesitaría más de quince minutos para hacer el trayecto. Yo había decidido visitar una “biblioteca” en las afueras de la ciudad. Sin el móvil no habría podido encontrarla. Gracias a Google Maps la hallé sin problemas, aunque después de una buena caminata. Tardé cuarenta y cinco minutos en llegar y eso que fui a buen paso. En las afueras de Chiang Mai las calles son más anchas y tienen más vehículos que en la zona turística lo que hace que cruzar una avenida sea aun más arriesgado. Salvo ese detalle, poco más se puede decir de esa parte de la ciudad.
   Habíamos quedado a las siete y media en el hotel para ir a ver un combate de lucha tailandesa. Mientras regresaba me preguntaba cómo le habría ido a Pilar, ¿Le habrían hecho uno de esos masajes en los que la masajista se pone de pie encima del cliente? Si era ciega el asunto podía haber acabado mal. Si ya es difícil mantener el equilibrio sobre un cuerpo humano con todos los sentidos intactos mucho más debía de serlo para alguien ciego. Confiaba en que la profesional no se hubiera partido los morros por una caída desde el torso de mi amiga. Por otra parte, estaba el peligro para el cliente. A saber dónde podían pisarte. Me imaginaba a Pilar con el dedo gordo de una tailandesa metido en la boca o, peor aún, en el ojo.
   Cuando llegué al hotel me encontré a mi amiga en perfecto estado de forma. La masajista no se le había subido encima. Le había dado tres opciones de masaje: suave, medio y fuerte. Pilar había elegido el suave. “¡Y menos mal!”, exclamó. Apenas hablamos nada más. Eran más de las siete y media y queríamos cenar y llegar a tiempo al estadio en el que íbamos a ver el combate de muay thai. Una vez más, sin tiempo a descansar nos lanzamos a la calle.
   Supuestamente, en Chiang Mai había tres recintos para ver boxeo tailandés. Consultamos en internet cuál sería mejor. El más profesional estaba en la zona del bazar nocturno. Nos encaminamos hacia allí. Tardamos media hora en llegar. A todos los sitios íbamos caminando. Cuando llegamos a la dirección que venía en la página web no encontramos un pabellón sino una tienda de ropa y accesorios de muay thai. Vendían pantalonetas, guantes, etc. Supusimos que el local de lucha estaría cerca. Dimos un par de vueltas pero como no lo encontrábamos acabamos por preguntar a la dependienta de la tienda. El estadio ya no existía. Había desaparecido. Teníamos que ir a uno de los otros dos. De uno de ellos leímos que era turístico pero serio y del otro que estaba plagado de prostitutas y ladyboys que no hacían sino pedirte que te tomaras una copa. Nos decantamos por el primero. Yo quería ver muay thai, no otras historias. Pilar pasaba de los dos pero por acompañarme no le parecía mal ir al serio. Nos encaminamos hacia él. Estaba lejos y el tiempo apuraba así que fuimos muy deprisa. Llegamos hacia las ocho y media con la lengua colgando. Ese día habíamos andado un buen montón de kilómetros. Los combates empezaban a las nueve. Cogimos las entradas. Había de dos tipos. Las VIP, que costaban unos veinte euros, y las normales, que eran unos doce. Compramos las VIP. A mí me hacía mucha ilusión ver el espectáculo y ya que estaba allí quería verlo bien. No sabía cuándo volvería a Tailandia, si es que volvía. Las entradas VIP nos permitían sentarnos en las primeras filas. Fuimos a cenar a un restaurante que había cerca. No teníamos tiempo para gran cosa así que pedimos unas hamburguesas. No sabemos de qué carne estaban hechas. Hasta entonces no habíamos visto muchas vacas. Algún búfalo sí. En cualquier caso, sabían bien. A las nueve menos cinco entramos en el estadio. Nada más cruzar la puerta supe que ese sitio me iba a gustar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario