El
combate principal comenzó muy igualado. Esta vez el púgil rojo no
solo era un verdadero Apolo a la tailandesa, sino que además sabía
pegar y moverse. El rival azul no destacaba por su atractivo pero
golpeaba con fuerza. El primer asalto terminó sin un vencedor claro.
Ambos habían conseguido algunos golpes meritorios. Mientras
descansaban, sus asistentes procedieron al ritual del mojado,
estiramiento, recolocación de coquilla y limpieza de protector bucal
siguiendo el guión habitual.
En
el segundo asalto fuimos conscientes de que el Apolo Tai tenía
opciones de victoria. Demostró tener algo más de técnica que su
rival y le alcanzó con algunos golpes muy potentes. A partir de ese
momento el azul se mostró más reservón. Empezó a temer a su rival
y eso, en el muay thai, no presagiaba nada bueno.
El
Apolo Tai tenía que enfrentarse a otro problema además de a su
rival. Se le caían los pantalones. Le quedaban demasiado flojos.
Para evitar quedarse desnudo en mitad del combate no le quedaba otro
remedio que enroscar la parte de la cintura, donde está la goma, de
modo que se ajustara algo más. Al hacerlo la longitud de la prenda
se acortaba y sus muslos quedaban totalmente a la vista. Tenía unas
piernas perfectas. En realidad, todo su físico era perfecto.
Estábamos admirados por su belleza. Por si eso fuera poco, luchaba
muy bien. Albergábamos la esperanza de que los rojos obtuvieran su
primera victoria.
En
el tercer round el Apolo Tai castigó con dureza a su rival. Los
golpes recibidos en el asalto anterior habían hecho mella en el azul
y ya no era capaz de parar las patadas y codazos con eficacia. De
todos modos, el azul no había dado el combate por perdido. Lo que
hizo fue cambiar de estrategia. Al verse en inferioridad técnica y
física optó por alejarse lo máximo posible del Apolo Tai,
rehuyendo el enfrentamiento directo, pero esperando contraatacar con
fuerza. Daba pocos golpes pero buscaba que fueran letales. Trataba de
ganar por ko. Al final del tercer asalto casi lo consiguió. El Apolo
Tai había lanzado una sucesión de rodillazos y puñetazos que
habían obligado al azul a retroceder. Sin embargo, cuando parecía
que estaba casi vencido el azul dio un giro de 360º que finalizó
con una patada que impactó de lleno en el rostro de su rival.
Nuestro adorado Apolo Tai estuvo a punto de caer a la lona del
golpe. La zona de la cara donde había recibido el impacto se le
entumeció de inmediato. Afortunadamente, sonó la campana y pudo
irse a su rincón a recuperarse.
El
local había ido recibiendo gente a medida que avanzaba la noche y
para ese momento los bares estaban completamente llenos. El sonido de
la música y la algarabía ayudaban a crear una atmósfera más
excitante. Estábamos viviendo el combate con mucha pasión. En el
cuarto asalto el Apolo Tai salió decidido a dejar el enfrentamiento
sentenciado. No se lanzaba a lo loco, sino que estudiaba a su rival y
soltaba los golpes en el momento oportuno. Yo lo observaba fascinado.
Bajo los focos, que proyectaban una luz blanca muy intensa, su
cabello mojado brillaba como la plata. A pesar de los golpes su
rostro era hermoso. Su cuerpo parecía pulido por un ebanista. Ese
físico unido al esfuerzo de la lucha confería a toda la escena un
gran erotismo.
Para
la mitad del cuarto asalto el combate ya parecía decidido. El Apolo
Tai había golpeado con dureza a su rival. El azul estaba al borde
del ko. Aun así, se resistía a caer en la lona. Aguantó como pudo
hasta el final del asalto. En el quinto la historia comenzó como en
los anteriores. El Apolo Tai golpeaba a su rival sin ensañamiento
pero con precisión y constancia. El azul no había tirado la toalla
y parecía esperar una oportunidad para lanzar un golpe decisivo.
Pero el rojo era un gran luchador y no se dejaba sorprender. El
resultado estaba decidido. Los rojos iban a anotarse su primer punto.
Unos segundos antes de que finalizara el combate, el Apolo Tai se
arrodilló ante su rival disculpándose por los golpes que le había
propinado. El muay thai es un deporte en el que el respeto al
contrincante es máximo. Sonó la campana y los árbitros dieron por
ganador al rojo. Por fin el equipo de la belleza sumaba un punto.
Aplaudimos a rabiar.
Pilar
se fue al baño. Se había tomado dos cervezas y necesitaba aligerar
cargamento. Yo me quedé pegado a mi asiento. Iba a comenzar el
combate internacional y no tenía intención de perderme ni un
segundo. Luchaban un norteamericano, por el equipo rojo, contra un
tailandés, por el equipo azul. Hasta ese momento, en todos los
enfrentamientos había estado del lado del equipo rojo. Sin embargo,
en el que iba a comenzar estaba casi decidido a posicionarme en favor
del azul. Entre el público apenas había tailandeses. La mayoría
éramos turistas y muchos de ellos americanos. Tenía la sensación
de que el rival azul podría sentirse poco arropado en ese combate.
Cuando
sonó la música y anunciaron el combate, el público rugió. El
ambiente era excelente. Subieron los púgiles al cuadrilátero. El
americano era negro, tenía varios tatuajes y llevaba el pelo muy
largo con rastas cogidas en una coleta. Parecía un pandillero de
Harlem. Se llamaba Johnny. El azul, en cambio, tenía unos tatuajes
discretos y era el prototipo de belleza tailandés. En ese momento
decidí que apoyaría al azul.
Pilar
apareció al cabo de un rato. Venía muy excitada. Había
descubierto, cuando iba al baño, la zona en la que los púgiles
recibían al público tras el combate. Había estado junto al Apolo
Tai. Es más, hasta le había hecho una fotografía que me mostró.
Estaba como loca. No era para menos. “¿Quieres que vayamos a
verlo? Todavía estará allí”, me dijo. Le respondí que no. Me
apetecía ver el nuevo combate desde el principio.
Aunque
inicialmente había sentido cierta animadversión hacia Johnny, a
medida que lo iba observando fue cambiando mi punto de vista. Hizo el
ritual previo al combate con una devoción mística. Los movimientos
que ya había visto hacer al resto de contendientes rojos en él
adquirían una dimensión casi religiosa. Cuando puso una de las
rodillas sobre la lona y movió los brazos como si remara tuve la
impresión de que él se sentía como si realmente estuviera en una
barca navegando sobre un río. Miró al cielo pidiendo el apoyo de su
dios con auténtica devoción. Johnny se estaba ganando mi respeto.
La
música sonaba a todo volumen. El estadio estaba lleno. La gente
aclamaba a los luchadores. Johnny contemplaba aquello y en su rostro
se reflejaba la emoción que vivía. En ese momento lo entendí y
conocí su alma. No era el típico fantasma americano que había ido
a Tailandia a humillar a los asiáticos. Tenía devoción por la
lucha tailandesa. Me puse en su piel. No debía de haber sido fácil
para él dejar su país e ir al otro extremo del mundo por cumplir un
sueño, el de practicar un deporte que admiraba. Se le notaba
fascinado por lo que estaba viviendo. Su sueño hecho realidad. Se
había preparado a conciencia. Todos los músculos de su cuerpo
estaban definidos como con tiralíneas. Su piel negra y humeda
brillaba bajo las luces y parecía de porcelana. Antes de que sonara
la campana anunciando el primer asalto me había posicionado en favor
de Johnny. Iba a seguir siendo fiel a los rojos hasta el final.
Pilar
no pensaba lo mismo que yo. Johnny no era su tipo. En cambio, se
había enamorado del púgil tailandés. Al verlo se había olvidado
hasta del Apolo Tai. “Parece un ángel”, me dijo. “Es
guapísimo”. A este no quería que se lo enviasen a España
empaquetado. Quería que fuera él a buscarla volando con sus alas
angelicales.
Comenzó
el combate. Enseguida se vio que al ángel azul le faltaba
convicción. En cambio, Johnny salió muy concentrado. Tras un tanteo
muy breve, Johnny cogió la iniciativa y lanzó una tanda de golpes
que acabó con una patada que impactó de lleno en su rival. “¡Ay,
dios mío!”, exclamó Pilar, que sufría los golpes en el cuerpo
del ángel azul como si se los estuvieran dando a ella. Los púgiles
se separaron e iniciaron un nuevo tanteo. Otra vez Johnny fue el
primero en lanzarse a por su rival. Encadenó una serie de puñetazos
que alcanzaron con claridad la cara del tailandés. El combate
acababa de empezar y el ángel azul ya había perdido toda la
esperanza. Johnny tenía más técnica y más fe en su victoria.
Pilar no sabía si mirar o no. Estaba subyugada por el ángel azul y
quería admirar su físico, pero no soportaba ver que le pegaran.
Los
rivales se enzarzaron por tercera vez. El ángel azul hizo un intento
de tomar la iniciativa pero Johnny contraatacó con la agilidad y la
rapidez de una pantera negra. En unos segundos hizo retroceder a su
rival y cuando estaba contra las cuerdas le lanzó un rodillazo que
alcanzó de lleno el esternón del tailandés. Fue un golpe terrible
en una zona muy mala. El ángel azul cayó sobre la lona como si le
hubieran disparado. Pilar lanzó un grito. Yo me estremecí. El
árbitro detuvo el combate de inmediato y dio por ganador a Johnny,
pero este no lo celebró. Fue consciente de lo brutal que había sido
su golpe y su rostro mostraba pánico ante el hecho de haber
provocado una lesión grave a su rival. El ángel azul yacía
abatido. Sus alas estaban rotas y quién sabía si hasta su vida.
Pilar no podía mirar. Johnny estaba sobrecogido. Se arrodilló ante
su rival e hizo varias veces el gesto de disculpa. Había sido un mal
golpe accidental. Hasta la música se había detenido. Estábamos
todos a la expectativa. El árbitro también se había arrodillado
ante el ángel azul. Se había quedado sin capacidad de respuesta y
no había llamado a los asistentes. A todos se nos hicieron esos
segundos eternos, pero mucho más a Johnny, cuya mirada era de
súplica. Parecía estar diciendo “que viva, por favor”. Al cabo
de un rato el ángel azul reaccionó. Hizo un gesto con la mano dando
a entender que se encontraba bien. Johnny se puso en pie, pero
todavía no celebró la victoria. Fue al rincón de su rival e hizo
el gesto de disculpa y aceptó el agua que le ofrecieron. Después
fue hacia su esquina para que sus asistentes le felicitaran. Mientras
le levantaban el brazo no hacía sino mirar al ángel azul.
Afortunadamente, este parecía estar recuperándose bien y ya estaba
de pie y avanzaba hacia la salida del cuadrilátero. Cuando por fin
todos fuimos conscientes de que el ángel no tenía nada grave,
Johnny pudo celebrar su victoria. Yo con él. Lo vitoreé con todas
mis fuerzas. Había sido un justo ganador.
“Vamos
a la zona en la que he visto al Apolo Tai”, me dijo Pilar cuando el
público empezó a dispersarse. Me pareció buena idea. Quería saber
cómo era el lugar. Cuando llegamos, Johnny estaba sacándose fotos
con unas admiradoras. Había una zona dibujada en el suelo que hacía
las funciones de podio. Allí estaba el bueno de Johnny sonriente.
Las chicas con las que se había sacado la foto se apartaron y se
pusieron otras nuevas. Le dije a Pilar que ella también posara. No
quería, pero la empujé. El fotógrafo oficial era el mismo que
había hecho de árbitro en el combate cómico, ese en el que cinco
chicos se habían enfrentado con los ojos vendados. Cuando vio que yo
empujaba a Pilar pero que esta se resistía la cogió por el brazo y
la acompañó hasta el podio. Mi amiga quedó inmortalizada junto a
un Johnny que elevaba los puños como si estuviera combatiendo.
El
ángel azul también estaba en esa zona. Mientras Johnny sonreía
rodeado de varias mujeres, él se quitaba los guantes cabizbajo. Tan
solo un par de jóvenes tailandeses, que debían de ser sus
asistentes, lo acompañaban. Sus caras mostraban decepción. Pilar me
dijo que le sacara una foto con él. Se acercó al ángel azul y le
pidió que posaran juntos. Él no la entendía. Le preguntó a uno de
los jóvenes qué le habíamos dicho. Cuando se lo tradujo se mostró
sorprendido. No era muy lógico que alguien quisiera hacerse una
fotografía con un combatiente que ni siquiera había aguantado un
asalto. De todos modos, se le notó halagado. Sonrió. Les saqué una
foto. Pilar estaba entusiasmada. El ángel azul, también. Tanto que
le dio la mano a mi amiga. Pilar lo miró embobada. Creo que estuvo
un par de días sin lavarse las manos para que no se le fuera el
sudor que le había dejado su ídolo.
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