lunes, 7 de noviembre de 2016

Viaje a Laos y Tailandia. Día 3 de noviembre de 2016 por la noche (parte 1)

Siempre suelo decir que lo peor de un viaje es el viaje. Es decir, el desplazamiento. Tras nuestra visita a las mujeres jirafa habíamos completado la excursión pero debíamos volver a “casa”, de la que nos separaban casi cuatro horas de carretera. Se trataba de ir a Chiang Rai y de allí a Chiang Mai.
   Algo que había constatado en los días que llevaba de vacaciones era que en esos países el uso del aire acondicionado era generoso. Por si acaso el conductor ponía el de la camioneta muy fuerte me había llevado un jersey. Fue una buena previsión. Hubo un momento en que la temperatura dentro del vehículo no superaría los dieciocho grados. Tanto frío hacía que los polacos pidieron al guía que bajara el aire. “Vosotros deberíais estar acostumbrados”, les respondió este. “Bastante frío pasamos todo el año como para querer pasarlo también aquí”, le replicó uno de los polacos. Creí que el guía escucharía su petición pero no hizo ni caso. Seguimos con el aire a la misma temperatura. Yo iba relativamente abrigado así que no lo pasé mal. De todos modos, viendo la actitud del guía la opción de darle algo de propina había quedado descartada. No sé qué tal se lo tomarían los polacos. Me imagino que no muy bien, aunque como los tenía detrás no pude ver sus caras. A la que sí vi fue a la china. Iba con ropa de verano, como era lógico. Sin embargo, en aquella camioneta estábamos igual que dentro de un frigorífico. La pobre chica, que era poca cosa, parecía un pajarillo. Se le notaba que estaba helada. Durante el viaje adoptó todo tipo de posturas para protegerse del frío. Creo que después de aquello podría haberse dedicado a trabajar en un circo como contorsionista.
   El viaje se me hizo tremendamente aburrido. No me había llevado ninguna novela, el paisaje no era especialmente llamativo y no conseguía conciliar el sueño. Ni siquiera las posturas imposibles de la china, algunas de ellas muy meritorias, conseguían distraerme. Además, pese a la ropa que llevaba, tras más de tres horas quieto me había quedado pasmado. Ansiaba el momento de salir a la calle y disfrutar de la temperatura de Chiang Mai, que a mi parecer era la perfecta: veintitrés grados. El vehículo tenía que dejarnos a cada uno ante la puerta de nuestro hotel. El guía, que debía de tener tantas ganas de perdernos de vista a nosotros como nosotros a él, nos dio la opción de bajarnos en el Mercado Nocturno, que estaba a una media hora de nuestro alojamiento. Yo estaba deseando salir de ahí. Me hubiera bajado en cualquier sitio, incluido el infierno donde seguro que estaba bien calentito, así que lo del Mercado Nocturno me pareció una opción excelente. Lo consulté con Pilar y estuvo de acuerdo. Le lanzamos al guía un adiós que sonó a un “si te he visto no me acuerdo” y salimos de la camioneta disparados.
   Chiang Mai tiene varios mercados nocturnos pero están unidos unos a otros de modo que yo era incapaz de distinguirlos. Los veía como un único mercado gigante. Cuando llegamos estaban en plena actividad. Se veía una mayor diversidad de productos que en Laos. Mientras que en Luang Prabang casi todo era artesanal en los de Chiang Mai podía comprarse un poco de todo, incluidos aparatos electrónicos. En esa ocasión no prestamos demasiada atención a los puestos callejeros. Teníamos hambre y nuestra prioridad era encontrar un sitio en el que cenar. Nos metimos por unas cuantas callejuelas hasta que dimos con una en la que había varios restaurantes. Intentamos mirar las cartas de los primeros pero no podíamos hacerlo porque enseguida se nos acercaba algún empleado a invitarnos a entrar. Ni a Pilar ni a mí nos gusta que nos agobien. Cada vez que se nos acercaba una de esas personas nos alejábamos. De esta manera fuimos pasando de un local a otro a lo largo de la calle hasta que llegamos a uno en el que el personal que hacía el reclamo para que te quedaras a cenar eran tres chicas jóvenes. En vez de acosarnos lo que hicieron cuando nos vieron fue empezar a gritar como histéricas. No era un grito estridente. Era más bien como el gorjeo de los pájaros. Además, movían las manos como si estuvieran aleteando. Nos hicieron gracia. Nos pusimos a mirar la carta lo que hizo que las chicas aumentaran sus grititos. Era un barullo agradable. El menú nos convenció así que decidimos entrar. Cuando las tres chicas vieron que nos metíamos en el local se pusieron como locas. Eran unas criaturas encantadoras. Pilar imitó su gorjeo y yo me limité a contemplarlas maravillado. El cuarenta por ciento de los hombres que viajan solos a Tailandia lo hace por turismo sexual. Cuando uno está allí lo entiende. Las tailandesas son muy guapas. Desde mi punto de vista las más atractivas de las mujeres orientales. También los hombres de ese país lo son. Tienen una combinación de rasgos asiáticos y occidentales perfecta. Además de guapas, las mujeres son dulces y cariñosas. Es imposible no sentirse seducido por ellas.
   Todo el personal del restaurante era femenino, algo nada raro en ese país. Cenamos bastante bien. Después de llenar la tripa y de que nuestra temperatura corporal recuperara de nuevo los treinta y siete grados nos sentíamos en disposición de regresar al hotel dando un paseo.
   Mientras callejeábamos en dirección a nuestro alojamiento nos topamos con el Mercado de Anusan, que es una calle comercial con puestos a ambos lados y en el centro. En ese momento un grupo de travestis, todos impresionantemente vestidos, anunciaban su espectáculo. Actuaban en un local de esa misma calle todos los días a las nueve de la noche. A Pilar le apetecía verlo así que decidimos que iríamos el sábado a la noche. En ese momento estábamos demasiado cansados tras la excursión y lo que nos apetecía era descansar en el hotel. Queríamos llegar cuanto antes a la habitación. Miramos el mapa. Parecía que iba a ser sencillo. Una calle larga en línea recta, luego girar a la izquierda, recorrer unos doscientos metros, giro a la derecha, otra calle larga y enseguida el hotel. Sí, sí, así de sencillo. A los cinco minutos ya estábamos perdidos. Una hora más tarde seguíamos vagando desorientados por callejuelas oscuras.

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