El
pasado 31 de julio estuve en un recital de guitarra en Mendigorria.
Era uno de los actos del Festival Internacional de Música que se
celebra en esa localidad cada año. El intérprete era Sanel Redzic y
el lugar en el que se celebró la iglesia de San Pedro. El
guitarrista se colocó en un pequeño escenario que estaba algo más
elevado que el nivel al que se sentaba el público. Rodeaban al
escenario bancos por sus cuatro lados. Tuve la suerte de poder
colocarme en uno de los más próximos. No había nada que me
separara del intérprete, que estaba a unos dos metros de distancia.
La mayoría del público busca colocarse donde mejor se oye, como es
natural. Yo, en cambio, prefiero los lugares en los que mejor se ve.
Me dijo en una ocasión una persona que lo que a mí me gusta es ver
el sufrimiento del artista. Aunque no es del todo exacto, algo de
razón llevaba. En el recital de ese domingo pude ver ese sufrimiento
y otras muchas cosas más. Creo que Sanel Redzic pasó por varios
estados mientras interpretaba. Sin duda, el sufrimiento fue uno de
ellos. Algunas de las obras que tocó eran muy exigentes
técnicamente. Sudaba profusamente y su respiración no siempre era
regular. Podía saber por la frecuencia e intensidad de esta última
qué fragmentos le exigían mayor esfuerzo. También vi a Sanel
disfrutar. Había momentos en que parecía trasportado por el sonido:
lanzaba la guitarra hacia delante y viajaba al unísono con las notas
que acababa de tocar. Sin duda, fue un recital especial, de esos que
consiguen una perfecta comunión entre música, intérprete y
público. Tan especial que he escrito el soneto El guitarrista
inspirado por él.
Para
que el lector pueda hacerse a la idea de lo que fue realmente el
recital he pedido a Teobaldos (Javier Monreal) permiso para
reproducir la excelente crítica que publicó el pasado día 3 de
agosto en el Diario de Noticias. Me gustaría haberla hecho yo, pero
no tengo ni la mitad de su experiencia ni la décima parte de su
oído. De pequeño toqué la guitarra y el acordeón. En ambos casos
con poca destreza y ningún talento. Quizá por eso siento tanta
admiración por los virtuosos de la música. Me maravilla su
capacidad. También su dedicación, porque está claro que para tocar
como lo hizo Sanel no basta con tener un don, hay que cultivarlo con
montones de horas de sacrificio. A continuación pongo la reseña de
Javier Monreal sin cambiar ni una coma. Disfrútenla.
“ATRAPADOS
POR LA GUITARRA.
XIII
Festival de Mendigorría. Sanel Redzic, guitarra. Programa: Rondó
brillante de D. Aguado. Homenaje a Debussy, de M. de Falla. “Choro
da Saudade” de Barrios Mangoré. Fantasía sobre la Traviata de
Tárrega. Partita BWV 1004 de J. S. Bach (transcripción a la
guitarra del propio intérprete). Lugar: Iglesia de San Pedro de
Mendigorría. Fecha: 31 de julio de 2016. Público: buena entrada,
más de 150 personas (10 euros).
El
público, en esta ocasión, arropaba con cercanía al guitarrista,
bien situado en una tarima, que permitía sentir su respiración, su
pulsación, y los matices más delicados; a la vez que el majestuoso
espacio de la iglesia, amplificaba, de modo natural, el sonido con
una acústica excelente para este instrumento, siempre íntimo y que
habla al oído. Se consiguió la atmósfera ideal para apreciar la
espectacular desenvoltura del complicado entramado técnico de las
obras, y a la vez, la transparencia de la carga emotiva que aportan
las partituras y el intérprete, en un recital con el riesgo evidente
de tal exposición -cargado de pasajes de gran virtuosismo-,
donde no se puede escapar ni una mala posición del dedo, porque todo
se nota.
El
joven guitarrista Sanel Redzic (Bosnia Herzegovina 1988), afincado en
Weimar, nos ofrece un recital completísimo: compositores españoles,
con un precioso apunte del paraguayo Barrios Mangoré; y J. S. Bach,
que, como es bien sabido, sienta cátedra en cualquier intérprete,
máxime si es con la transcripción de una partita, de endiablada
digitación.
Se
presenta el guitarrista con el Rondó Brillante de Aguado, un clásico
de la guitarra; a partir de ahí vemos que no estamos ante un
intérprete que solamente controla bien la técnica, sino, ante un
músico que investiga sonidos, que, basándose siempre en un bien
armado timbre redondo y sólido, investiga otros colores,
consiguiendo matices de sonido abierto, cuando quiere, de diversa
intensidad metálica en la tímbrica, de finísimo pellizco en los
matices más piano. Por otra parte, a lo largo de toda la velada,
consigue que nos olvidemos de que la música se mide, a favor del
devenir del flujo constante de la expresión. En los tempos lentos
todo se multiplica y expande –esos calderones colgados de la nave-,
y claridad meridiana en el punteo.
Un
acierto absoluto el programar la única obra que escribió Falla para
guitarra: su homenaje para la tumba de Debussy: no se suele
interpretar, y fue una lección de contención, de esencialidad, de
delicadísima versión de la habanera –que tanto gustaba a
Debussy-, en este caso, sin salirse del matiz elegíaco de la obra,
sin concesiones a rasgueos coloristas o entretenida danza, sino tal
como la quería Falla: austera, descarnada, profunda, a veces un poco
aristada.
En
otro campo de los sentimientos, el, también guitarrista, y
compositor paraguayo, Barrios Mangoré es de especial predilección
del intérprete, y sobre él vuelca –en su Choro de Saudade, y,
como propina, en el vals opus 8- esa entrañable morriña de una
infancia difícil (guerra de Bosnia); es una versión acogedora y
humana de los sentimientos, pero, sin blandenguería; arrancando de
las cuerdas la tristeza y dejando la bella melancolía. Como
contraste, Sanel nos hace un gozoso recorrido por la Traviata de
Verdi / Tárrega, buscando colores brillantes y más mates, según la
escena; con un “Adio del pasato” muy sentido y cimentado por el
tan guitarrístico trémolo.
De
la partita de Bach sólo podemos decir que nos metió de lleno en el
torbellino musical del compositor. En la “allemande”: una limpia,
poderosa y concreta matemática; en la “courente”, el virtuosismo
del que hace gala el intérprete –siempre al servicio de la música,
no de la exhibición- multiplica milagrosamente los dedos. La
“zarabanda” aporta calma, para luego –en la giga- volver al
vértigo bachiano. La chacona es especialmente sentimental, un Bach
muy bien traído a este siglo, y al humanismo del intérprete. De
segunda propina: un recogido Satie. Sanel Redzic vuelve a Puente la
Reina el sábado 6 de agosto (20,30), no se lo pierdan.
TEOBALDOS.”
Siempre he publicado los
sonetos tanto en Facebook como en el Blog. El concierto de violonchelo es la
primera excepción. No lo he subido a Facebook por miedo a que se
malinterprete. Es un soneto que no refleja lo que pienso. Se trata de
una broma. En términos musicales sería un divertimento. Si se lee
sin esta explicación previa puede pensarse que odio el violonchelo,
cuando realmente no es así. Pocos días después del recital de
guitarra que me inspiró El guitarrista acudí, también dentro del
XIII Festival de Mendigorría, a uno de violonchelo. Estuvo muy
interesante y el intérprete demostró que tenía muchísimo talento.
No tuvo nada que ver con el anterior. Aquí no se buscaba tanto la
armonía, la melodía y la emoción. Fue algo más ambicioso. De
alguna manera se dio un repaso a las posibilidades de este
instrumento. Sinceramente, mereció la pena. A pesar de ello, ese día
los amigos teníamos el humor un poco ácido y comenzamos a bromear
sobre el recital. Eran chistes inocentes; un pasar el rato al modo de
corrillo en la corrala. La cuestión es que me sentí inspirado para
escribir un soneto poco serio. Como he dicho al principio, un
divertimento. Espero que ningún violonchelista se lo tome a mal. Si
alguno se molesta, siempre podrá vengarse obligándome a escuchar las
seis suites de Bach seguidas.
El tercer soneto de este
mes de septiembre tiene nombre propio: Alicia. Lo he escrito
para Alicia Zubicoa. Aunque el poema incide en aspectos de nuestra
amistad y tiene algunos elementos que pueden resultar incomprensibles
para personas que no nos conozcan, creo que en conjunto se entiende
bien y que no requiere una mayor explicación.
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