En ocasiones odio a
la humanidad, no tanto como para pensar que si tuviera una bomba
superpotente la usaría para destruirla, pero sí lo suficiente como
para evitar entrar en contacto con otros de mi especie. En momentos
así me encierro en mi cuarto y no quiero saber nada de nadie. Otras
veces, quizá tras escuchar un buen concierto o tras disfrutar de una
carne ajena especialmente atractiva para mí, pienso que los humanos
no estamos tan mal y que tal vez merezcamos un pequeño hueco en el
universo.
El soneto Animal
humano está más cerca del
desencanto que del odio o del
amor. Creo que el odio es más propio de la época adulta y el amor
de la juventud. A mi edad, el desencanto parece lo genéticamente
predeterminado.
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