Hace unos días leí una noticia que decía que el actor Jack
Gleeson, después de años de haber estado alejado de los estudios de
rodaje, volvía a ponerse delante de las cámaras. Este actor se hizo
muy famoso por participar en la serie Juego de Tronos interpretando
al repulsivo Joffrey Baratheon. Hay que reconocer que lo hacía
fantásticamente bien. Era tan creíble su actuación que muchos
espectadores no eran capaces de diferenciar al personaje de la
persona. Lo que ocurrió es que, al pobre Jack, empezaron a insultarlo
en las redes y en la vida real. De los insultos se pasó a las
amenazas y no se sabe qué más podría haber ocurrido de no haber
dejado la interpretación. El pobre muchacho abandonó el mundo de la
farándula y se dedicó a estudiar filosofía.
Esa noticia me dio que pensar. Resulta que algunos espectadores eran incapaces de entender que Jack Gleeson y Joffrey Baratheon eran dos cosas totalmente distintas, y eso que en Juego de Tronos aparecen dragones que echan fuego, muertos que resucitan, árboles que hablan y otra infinidad de cosas que poco tienen que ver con la realidad que nos rodea. Por lo tanto, si en un caso tan obvio ya hay gente que no sabe distinguir entre persona y personaje, en otros en los que esa evidencia sea menor el número de espectadores que los confunda puede ser enorme. Llevado a la literatura, la distinción entre autor y obra se vuelve aún más difícil; en el caso de la poesía, imposible. Y a este punto es a donde quería llegar. ¿Puede saber el lector si un poema escrito en primera persona hace referencia al propio autor? La respuesta que yo daría es no.
Se suele hablar del
yo poético y del yo literario. Hay quien opina que son lo mismo, pero
a mí me parece más adecuado diferenciarlos. En el yo poético es el
autor el que cuenta sus propias vivencias. Por lo tanto, autor y
personaje son lo mismo. En cambio, en el yo literario el autor crea
un personaje que no es él. Es evidente que casi todo el mundo
escribe en base a su propia experiencia y, por lo tanto, la inmensa
mayoría de los textos tienen una parte de yo poético y otra de yo
literario. Habrá que tener en cuenta qué predomina. Todo el
mundo hemos experimentado la soledad, pero no es lo mismo haber
pasado un fin de semana solo porque no te ha salido ningún plan y tu
familia y/o pareja están fuera que vivir solo durante meses o años
porque has tenido que cambiar de país y no has logrado relacionarte
con nadie. En el primer caso has realizado el aprendizaje de lo que
es la soledad, pero no te ha producido ninguna herida profunda. En el segundo,
posiblemente tu mente y tu vida queden, de alguna manera, marcadas
para siempre. A la hora de escribir da igual que te haya sucedido lo
primero o lo segundo. La cuestión es que ya sabes lo que es la
soledad y puedes hablar de ella en el tono que quieras. Por ejemplo,
puedes decir que eres feliz estando solo, aunque sea mentira y
te sientas un pobre desgraciado hundido en la miseria, o comentar
que te mueres de pena por falta de relaciones cuando en realidad
estás encantado de estar solo en casa sin que nadie te moleste.
Conclusión, una vez que tienes la “herramienta”, la usas a tu antojo.
Y ahora paso a
hablar de mí. Espero que nadie se sienta engañado, porque no es esa
mi intención, pero la inmensa mayoría de lo que escribo poco tiene
que ver con mi vida real... y menos mal. Si me hubiera pasado lo que
les ha pasado a los protagonistas de mis poemas, de mis novelas y de
mis guiones, habría tenido una existencia de lo más dura. Hubiera
vivido solo, en un estado de celos y envidia permanente, herido por
un rosario de desamores, me habrían metido en la cárcel y habría
muerto y resucitado varias veces. En definitiva, algo más propio de
un personaje de Juego de Tronos que de un individuo de carne y hueso.
En qué sentido siente el protagonista que ha perdido su orgullo, en el positivo o en el negativo?
ResponderEliminarEn el negativo. Aquí orgullo no hace referencia a arrogancia, sino a amor propio.
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