A veces siento la necesidad de escribir. A pesar de mi inconstancia he conseguido terminar dos novelas, una obra de teatro, varios sonetos y algunas cosas más. Si quieres enviarme un comentario sobre algo de lo que hayas leído en mi blog puedes hacerlo a esta dirección de correo electrónico: andres.garralda@gmx.es
En esta ocasión el objetivo que perseguía al escribir el soneto era sorprender al lector. Quería un final impactante. Si lo he logrado o no, nunca lo sabré.
Hay una versión audiovisual recitada por Luis Fernández y presentada por Alicia Zubicoa. Cuando Luis me planteó cómo debía abordar el soneto, le pedí que lo recitara con rabia, con enfado. Si yo fuera el protagonista, estaría muy cabreado con todo. Tendría ira por estar en una silla de ruedas, por tener la necesidad de sexo, por tener que pagar a una mujer y, para empeorar las cosas, terminar con una que ni siquiera hace bien su trabajo. Una vez más, Luis logró darle el tono que yo quería. Suena realmente enfadado.
Los seres humanos somos pura biología. Compartimos más del 99% del
genoma. Todos los jóvenes hacen en esencia lo mismo: visten y hablan
de la misma manera, escuchan el mismo tipo de música, todos se ven a
sí mismos de la misma singular manera, etc. A la edad media hacemos
cosas distintas que en la juventud, pero iguales a las que hacen los
de la misma edad. En la vejez más de lo mismo. Hay una cierta
tendencia, que no comparto, a relacionar a las personas que se salen
de lo habitual con la juventud. En mi opinión, el que es diferente
lo es desde que nace hasta que se muere. Tal vez es más difícil
identificarlos conforme tienen más años porque aprenden a disimular
con el tiempo. Otra posibilidad más dramática es que quizá dejan de
existir antes, ya sea porque el grupo les hace pagar caro que sean
distintos, porque están peor adaptados para la supervivencia o por
una mezcla de ambas cosas. En el soneto Doña Espina, la
protagonista es atípica: tiene muchos años, ha aprendido a
aceptarse y resiste bien los ataques de la manada.
Hay una versión recitada por Luis Fernández y presentada por Alicia Zubicoa que puede verse en el siguiente enlace:
El origen del juego del ajedrez no está claro. Hay varias teorías.
La más aceptada es que procede de la India. De lo que no hay duda es
de que imita a los ejércitos y sus batallas. Es un juego humanizado,
por cuanto a los peones, alfiles, etc. se les atribuyen cualidades
propias de las personas. En el soneto Trebejos he
exagerado esa humanización. Lo he finalizado dándole la vuelta a
esa comparación, de modo que he puesto a los humanos en la piel de
las piezas de ajedrez. Hay quien opina que los hombres somos trebejos
manejados por los dioses en un juego y un tablero que no
comprendemos. No comparto del todo ese punto de vista, pero me parece
interesante.
Hay
una versión audiovisual, recitada por Luis Fernández Reyes y presentada por Alicia Zubicoa, que
puede verse a continuación:
En este soneto uno de los principales objetivos que me propuse era
que no se supieran los géneros ni del protagonista ni de la persona
a la que amaba. Lo suyo había sido un amor en la clandestinidad y
así debía seguir siéndolo tras la muerte de una de las partes.
Lograr ese objetivo en el texto no fue complicado. En el verso número
once empleé la palabra «pareja»
para referirme al viudo (o viuda) del difunto (o la difunta) como
artimaña para inducir a pensar al lector que cualquier combinación
en esa relación era posible (hombre-mujer; mujer-mujer;
hombre-hombre). Las dificultades, y muchas, vinieron al hacer la
versión audiovisual. El hecho de que lo recite Luis Fernández puede
hacer creer que el protagonista es un hombre. Para contrarrestar ese
inconveniente había que buscar unas imágenes en las que el sexo de
los participantes fuera totalmente ambiguo. Pensé que sería una
buena idea emplear figuras de madera: los clásicos maniquís de
dibujo, pero en los que el genero fuera indefinido. Si yo supiera
dibujar bien, habría hecho catorce cuadros, uno para cada verso, en
los que reflejaría en imágenes las palabras recitadas. Habría
representado a los protagonistas como maniquís asexuados. El
problema es que no tengo ningún talento para la pintura. Descartada
esa opción, la siguiente fue recurrir a la inteligencia artificial.
Hay varios programas, pero yo usé Bing ai image generator. Su
principal ventaja es que es gratuito. Su desventaja, que es en exceso
mojigato. Cuando le daba instrucciones al programa para que creara
las imágenes, no las aceptaba. Me respondía que era contenido
inadecuado. Las indicaciones no eran nada sexuales. Por ejemplo:
“Estilo gótico. Un maniquí de madera de género indefinido. De
rodillas. Gesto de sufrimiento.” Ordenes como estas y similares no
obtenían ningún resultado. La palabra maniquí no le gusta nada a
la inteligencia artificial. Creo que hice más de cien intentos
buscando lo que quería, sin conseguirlo. Al final, y dado que la
máquina no me hacía ni caso, tuve que conformarme con lo que me
dio, que por otra parte me gusta. El resultado final ha sido un vídeo
gótico y oscuro que no es lo que inicialmente tenía en mente.
Entre las muchas maneras en las que se pueden dividir los poemas, una de ellas es tener en cuenta la claridad de lo expuesto. En algunos el autor no pretende contar nada concreto, sino evocar sentimientos o sensaciones en el lector. En otros el escritor intenta ser explícito y no deja margen a las interpretaciones. Personalmente, me gustan más estos últimos. Soneto del ramo de flores es muy básico en su significado. Sin embargo, su creación me resultó bastante compleja. Tuve que dedicarle muchas horas de trabajo desde que concebí la idea hasta que logré hilar las palabras del modo adecuado.
Existe una versión audiovisual recitada por Luis Fernández Reyes.
El día quince de noviembre del año 2022, según Naciones Unidas, la población mundial alcanzó los 8000 millones. Hay quien se atreve a especular a qué cifra llegaremos antes de que pare el crecimiento poblacional. Tal estancamiento comenzará, si se cumplen las previsiones, en el año 2080. En el año 2100 ya tendremos un crecimiento cero. Para entonces la población será de unos 10400 millones. Personalmente me parece que es mucha especulación. Antes de esa fecha pueden pasar varias cosas: que haya una guerra que se lleve por delante a unos miles de millones (esta es la que me parece más probable), que se produzcan problemas de fertilidad y no seamos capaces de engendrar hijos, que algún iluminado diga que hay que hacer la eutanasia a la población mayor de 65 años (exceptuando a él mismo y a los que pongan en marcha la medida), que nos caiga un meteorito (tipo extinción dinosaurios), etcétera.
La cuestión es que cada día que pasa somos más humanos sobre la tierra. Cuando nací, hace ya varias décadas, la población en mi ciudad era de unas cien mil personas. Hoy en día es algo más del doble. En 60 años se ha duplicado. Recuerdo un tiempo en el que salías un domingo por la mañana por la zona periférica y no veías a nadie. Había momentos del día en los que circulabas con el coche y casi no se veían otros vehículos. Hoy veo gente a todas horas y en todas partes. Ni en el lugar más recóndito de la ciudad estás solo. La sensación de vivir en un hormiguero es cada vez mayor. Y eso que estamos hablando de una localidad, Pamplona, en España, con una densidad de población de 8847 personas/km2. No me puedo imaginar lo que tiene que ser vivir en Macao, donde la densidad es de 21100, o en el barrio de La Florida de L'Hospitalet de Llobregat que tiene casi 78.000 habitantes/km2 (es el barrio de Europa con mayor densidad de población).
No sé cómo acabará esta historia. Mucho antes de que la especie humana se extinga o se trasforme en otra cosa, habré desaparecido de la faz de la tierra, contribuyendo con mi extinción al crecimiento cero.
Existe una versión audiovisual del soneto recitada por Luis Fernández Reyes.
A cualquiera que haya vivido unas cuantas
décadas le habrá ocurrido lo mismo que al protagonista del soneto de este mes. No es extraño que se
cruce en nuestras vidas una persona que nos quiera de una manera que hace daño.
Cuando sabe que estamos colados, se vuelve tirana. Cuando estamos a punto de
escapar, nos trata bien para que sigamos subyugados. Hasta aquí todo normal.
Nos sentimos identificados con el “Yo” del poema. Sin embargo, no todos podemos
ser “Yos”. Hay víctimas y verdugos. Nos resulta fácil pensar que somos unos
pobrecitos desgraciados a los que nos castigan; el victimismo impera por
doquier. Más difícil es asumir que a veces somos los verdugos. Seguro que en
alguna ocasión he sido el “Tú” del soneto, aunque no por devoción, sino por mi
propia naturaleza humana. ¿Lo habrás sido tú también? Quizá, aunque tal vez no
te hayas dado cuenta.
Hay una versión audiovisual recitada por Luis Fernández Reyes:
Este mes cumplo sesenta años. Me parece asombroso que lleve tanto tiempo en este mundo. Supongo que he olvidado la mayoría de las cosas que he vivido y por eso tengo la impresión de que ha pasado muy rápido. Con suerte, me queda una cuarta parte del pastel, y sospecho que no va a ser la mejor. Intentaré disfrutarla.
Hay una versión audiovisual recitada por Luis Fernández Reyes que puedes ver en YouTube: